Además de su precocidad, otra seña de identidad janesiana fue su sociabilidad. Según
el retrato de Josep Mengual en A dos tintas, era un hombre “de trato fácil, cariñoso, afable,
emprendedor, optimista y con un talento natural para adaptarse a los más
diversos caracteres y para mantenerse fiel y leal a sus amigos”, entre los que
figuraron personas de ideologías diametralmente opuestas. Así, este self made man vitalista y polifacético
favoreció a falangistas como el escritor Luys Santa Marina, al que ayudó cuando
fue condenado a muerte tras el golpe, movilizando a los intelectuales catalanes
para evitar que se cumpliera la sentencia, pero también a comunistas,
nacionalistas, socialistas… De esta forma obtuvo importantes respaldos durante
su carrera. Durante la República -a la que se mantuvo fiel “más como producto de
su aburguesada voluntad de atenerse a la legalidad establecida y a su fervoroso
catalanismo que como una anuencia con el marxismo y los movimientos
revolucionarios, de los que siempre receló”- colaboró con las instituciones de
la Generalitat y consiguió que el conceller de Cultura, Carles Pi i Sunyer, mediara
para que se le tramitara el documento que le acreditaba como ‹‹imprescindible
en la retaguardia››.
En 1939, y tras escapar unas semanas a París ante la
inminencia de la victoria franquista, regresó a España porque contaba con el
aval de su admirado Eugenio d’Ors, director general de Bellas Artes, y de dos
notorios falangistas a que contribuyó a salvar la vida, el ya citado Luys Santa
Marina y Félix Ros. Fue detenido y, según algunas fuentes, condenado a muerte
por separatista, aunque finalmente, y gracias a sus contactos, salvó la vida.
Josep se hace José
Hiperactivo y ambicioso, Janés reconocía en una entrevista
publicada en 1934 ciertos momentos de desfallecimiento,superados siempre
gracias a Goethe: ‹‹Amo a los que quieren lo imposible››. De ahí, quizá, que
mientras durante la guerra civil los editores tuvieron serias dificultades para
encontrar papel de calidad, en cantidades suficientes y a un precio razonable, Janés
saliera adelante y cuajara un catálogo en el que destaca el equilibrio entre
tradición (Flaubert, Wilde) y modernidad (Katherine Mansfield, Hemingway,
O’Neill, Woolf) y una gran calidad formal, marca de la casa de su ideario como
editor quien, durante los difíciles años de la contienda, “se lo guisaba todo
el sólo”. Es decir, seleccionaba las obras, las contrataba, encargaba o
realizaba personalmente la traducción e incluso se ocupaba de la edición de
mesa. Como evoca su colaborador Fernando Gutiérrez, ‹‹construía el formato,
elegía el tipo de letra, la calidad del papel, los colores de la portada más
humilde, el tacto de la encuadernación››.
Tras la guerra, la industria editorial ofrecía un panorama
desolador. Apenas había papel, las restricciones eléctricas eran constantes y
buena parte de la gente de letras había muerto o se había exiliado. Fue
entonces cuando Josep españolizó su nombre para convertirse en José Janés, dejó
de publicar en catalán y empezó a hacerlo, “con relativa facilidad y mucho
éxito”, en castellano, circunstancia que algunos ambientes de la
intelectualidad catalana en el exilio interpretaron como una traición y una
forma de colaboracionismo con el régimen, según relata Mengual en esta obra que
concede un espacio destacado a las circunstancias políticas, sociales y
culturales en las que el editor catalán construyó su catálogo, por lo que no
puede ser considerada una biografía al uso.
Las rendijas del régimen
A partir de enero de 1939 Janés dejó de escribir esa poesía
de “tono intimista muy elegantemente intelectualizado” que le caracterizaba y
reemprendió su labor editorial, tan prolífica en sellos, colecciones y series
que no ha faltado quien señalara falta de orientación o incoherencias en las
líneas editoriales emprendidas por el editor. Amplió su proyecto y lo adaptó a
las nuevas circunstancias políticas, sociales y culturales, aprovechando las
rendijas existentes para desarrollar una cultura diferente encontrando autores
aceptables para el régimen que conectaban con la sensibilidad e intereses de
muchos lectores españoles. Es decir, logró el difícil equilibrio entre calidad
literaria y aceptación de un amplio sector de público, salvando además los
obstáculos de la censura. Y además consiguió otra de sus aspiraciones: ofrecer
excelencia a precios ajustados con colecciones como la de La Rosa de Piedra con
libritos encuadernados en tela e ilustrados por grandes pintores, que nada tenían que ver con las novelas en rústica y papel
pluma, a cinco pesetas, que se imprimían entonces.
A dos tintas. Josep
Janés, poeta y editor es tan
exhaustiva como imprescindible para seguir los pasos del entusiasta Janés hasta
finales de la década de 1950, cuando el editor, ya consolidado, barajó la idea
de retomar su actividad poética aunque no llegó a hacerlo. Murió el 11 de marzo
de 1959 en un accidente de coche cuando se dirigía a Valls para compartir una
calçotada. Germán Plaza asumió el fondo del recién fallecido y reconvirtió su
empresa en Plaza & Janés. Pero esa es ya otra historia...
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