Copy: Isabel Uribe |
Jorge Volpi (México, 1968) nos recibe en una elegante sala de la Casa de América, en Madrid, una de sus muchas escalas en el agotador viaje promocional de su nueva novela, Memorial del engaño, una crónica sobre los secretos y mentiras entre padres e hijos en el marco de la crisis económica que comenzó en 2008. Saluda con la mano blanda y se sienta en un sillón imponente, donde parece muy menudo pese a su enorme talla como narrador. No para de toser y jugar con su móvil de última generación hasta que arranca la entrevista. Al principio, responde de forma mecánica. Luego, poco a poco, sus respuestas salen del modo piloto automático, y se involucra de verdad en la charla.
Memorial del engaño contiene mentiras de todos los colores. Públicas
y privadas; mentiras en la solapa que atribuye este libro a un tal J. Volpi, un
tiburón financiero prófugo por fraude; engaños de los supuestos comunistas
infiltrados en el Gobierno de Estados Unidos; mentiras del sistema financiero;
mentiras entre padres e hijos, entre parejas… ¿Qué verdad se esconde entre
tanta mentira?
Como decía Vargas Llosa, las mentiras literarias provocan verdades también.
Aquí hay un cúmulo de mentiras literarias y de la realidad para tratar de
exponer verdaderamente lo que ocurrió, lo que pensaban muchos de los que
fraguaron estas mentiras económicas, de quienes nos hicieron creer durante
mucho tiempo que la economía se basaba solo en principios técnicos y que, en
realidad, por eso no tenían que explicárnoslo yson tan incomprensibles, cuando
en realidad se trataba de una revolución ideológica tan poderosa y nítida como
el comunismo, cuyas consecuencias fueron también una catástrofe humanitaria. Mientras
que el comunismo con su idea de sociedad sin clases y más igualitaria creó
regímenes terriblemente autoritarios esta revolución neoliberal o
neoconservadora produjo sociedades mucho más inequitativas.
La madre de su
protagonista dice: “Cada quien tiene la verdad que se merece”.
Esta es la respuesta que nos dan muchos cuando se busca la verdad que se
esconde detrás de estas mentiras. En la novela no hay una defensa de esta
posición, sino que trata de dejar claro que esta es la posición que adoptan
normalmente los mentirosos.
Su novela entrelaza
la historia de J. Volpi, narrada en primera persona, y la de su padre, a quien
culpa por todo lo ocurrido, cuya relato narra en ocasiones Judith, la mujer, y también
tenemos un narrador omnisciente vinculado al proceso de la caza de brujas...
En realidad se trata de una novela escrita toda en una primera persona que
a veces se diluye y que, por tanto, resulta una falsa primera persona o una falsa
tercera. El lector avispado debería
preguntarse por qué nos cuentan esto así. En este juego de engaños, otro engaño
más es cuando el protagonista narra como si fuera una narración omnisciente, en
tercera persona, pero en realidad es una narración en primera y, por tanto, hay
una intención clara del narrador al narrar lo que cuenta en la manera en la que
lo cuenta.
Su personaje, J.
Volpi, se parece muchísimo a otro criminal financiero, con quien comparte su
falta de ética, arrogancia y desvergüenza. Me refiero a Bernie Madoff, que como
su J. Volpi es hijo de inmigrantes de origen polaco y también se dedicaba a la
filantropía. En una entrevista concedida en junio de 2010, Madoff se declaraba
tan cínico y despreciativo como su personaje. Dijo: “que se jodan mis víctimas
[...] eran avaros y estúpidos”.
Eso lo hubiera podido decir J.Volpi , pero también casi cualquiera de estos.
Paradójicamente J. Volpi no es Madoff. Evidentemente Madoff revolotea por toda
esta historia, pero yo me inspiré en otro estafador menos conocido que se llama
Alberto Vilar. Un cubano-americano que hizo muchísimo dinero con los fondos de
inversión en los años 80 y 90 y lo único que parecía interesarle en la vida era
la ópera. Se jactaba de ver cerca de doscientas funciones al año, financiaba
óperas en todo el mundo, se codeó con todos los grandes artistas, el
restaurante del Metropolitan de Nueva York se llegó a llamar Alberto Vilar… y
luego se descubrió que también había cometido actos fraudulentos y actualmente
está en la cárcel.
Hasta a los malos más
malos les adorna alguna cualidad que los hace verosímiles. Salvo su gusto por
la ópera que lo humaniza un poco, ¿no es demasiado malo y execrable su J. Volpi?
Es curioso, porque en otras entrevistas me han dicho que no es tan malo
(risas). Yo sí quería que tuviera otros lados además de la maldad. Su voz, más
que de malo, es de cínico. No tiene ningún reparo moral, ninguna culpa. En eso,
digamos, sí que es malo por completo, pero al mismo tiempo tiene ese lado de
amor a la música y esencialmente es un huérfano. La relación con el padre me
parece la parte más humana del personaje. Para mí, aunque se diga que esta es
una novela sobre la crisis y sobre el capitalismo, sobre todo es una novela
sobre un hijo en búsqueda de un padre ausente que tiene algo de homenaje a Pedro Páramo. Ahí está el otro lado del
personaje. En realidad la novela habla de esa búsqueda del padre para descubrir
quién es él en verdad, y al final descubrirá que él, que ha engañado a todos y
que parece uno de los malos más malos, también fue uno de los grandes engañados
en su vida familiar.
Su escritura, ¿le ha
ayudado a entender lo ocurrido, el porqué de esta crisis? Si es así, ¿nos lo
cuenta?
Creo que en buena medida escribí la novela para tratar de entender cómo
había funcionado toda esta burbuja económica, cómo funcionan las finanzas internacionales en general, cómo se
produjo la crisis, entre otros muchos temas de los que yo no sabía nada previamente. Yo no tengo ninguna formación económica ni
financiera y sí creo que aprendí bastante y eso es justamente quizá lo que
quisiera compartir con los lectores en el libro, que es donde intento explicar
un poco, con metáforas y recursos literarios, lo que ocurrió.
Un MBA por correspondencia (risas)… No, en serio, estuve leyendo mucho sobre
estos temas e intentando traducir ese lenguaje económico para que pueda
resultar un poco más comprensible. Un ejercicio que en el fondo se parece a lo
que hice con la física cuántica en En
busca de Klingsor. El recurso literario es por medio de esta soberbia del
personaje, que se evidencia cuando dice por ejemplo: “Ahora voy a explicarles
los derivados financieros que yo contribuí a crear. Si tú ya sabes lo que son
los derivados financieros, no sigas leyendo porque en realidad eres uno de mis
cómplices y también tuviste la culpa de la catástrofe que estamos viviendo. Si
no entiendes, entonces eres una víctima, un poco tonto y por tanto te voy a
intentar explicar qué es”. Ese recurso sirve para que novelísticamente funcione
tratar de narrar algo que podría ser aburridísimo, como qué es un derivado
financiero, un swap, una opción…
Memorial del engaño habla de las consecuencias de la Guerra Fría y
el triunfo del capitalismo salvaje. ¿Qué reflexión ética puede extraer el
lector de su lectura? ¿Qué hacemos para defendernos de esos pocos que, como su
J. Volpi, “hicieron tanto contra tantos”?
Uno a veces soñaría con que la literatura fuera realmente un antídoto
contra la realidad que previniera a la gente, pero no siempre ocurre así. Sin
embargo, la literatura puede ser un instrumento que aumente la vocación crítica
del lector hacia ciertos temas. A mí siempre me ha interesado exponer las ideologías
entendidas como formas de pensamiento que, sin pruebas, intentan imponer una
sola visión de la realidad. Lo he hecho en otros libros, con otros temas: con
la idea revolucionaria, con el nazismo,
con el comunismo y ahora me interesaba hacerlo con esta vertiente particular
del capitalismo. Esta revolución neoliberal o neoconservadora, como se la
quiera llamar, que es la que produjo en buena medida esta gran recesión.
Estructuralmente la
novela tiene una arquitectura operística,
¿por qué?
La ópera es lo único, además del apellido, aunque el suyo sea polaco y el
mío italiano, que compartimos J. Volpi y yo. Esa pasión por la música. Él quiso
ser músico. Yo, también. Él no tuvo talento. Yo no sé si no tuve talento o me
faltó disciplina, pero en cualquiera de los casos no seguí estudiando música
pese a que fue mi gran pasión. Él, como es un financiero, se dedica a financiar
óperas por todo el mundo y de ahí que la estructura de la novela esté
relacionada con lo que a él más le gusta. Es un criminal financiero, pero tiene
este lado extraño, exquisito, como se le quiera llamar, de debilidad por la
ópera.
¿Por qué le atrae
tanto la política como materia prima literaria?
Siempre me atrajo. Yo estudié Derecho y desde entonces los temas que me
interesaban tenían que ver siempre con la teoría del Estado, el Derecho
Constitucional, el poder público, pero también me han interesado siempre las
relaciones de poder no públicas sino privadas. Las que se establecen en el seno
de la familia, entre padres e hijos, entre esposos, entre hermanos… Esos son
los temas que más me interesan y que están más presentes en lo que escribo.
Hace unos días la
escritora Marta Sanz presentó un breve tratado, No tan incendiario, en el que entre otros temas habla de cómo los
escritores eluden comprometerse políticamente para no complicarse la vida. No
es su caso, desde luego…
Yo me considero de izquierdas, no sé si los libros son de izquierdas… He
escrito libros que parecerían todo lo contrario como El fin de la locura, que lo que critican y de los que se burlan es
de la izquierda latinoamericana, pero siempre me he considerado de izquierdas y
nunca he tenido empacho en que mis libros toquen esos temas delicados para un
lado o para el otro.
Si, como ha dicho en
alguna ocasión, la política es ficción, ¿la ficción debe ser política?
No necesariamente, pero la mayoría de las ficciones que a mí me
interesan son políticas o admiten lecturas políticas. Eso no significa para
nada que sean ideológicas o que sean novelas de tesis, que están pasadas de moda
en nuestra época, pero sí que tienen que ver con lo político, con el juego de
poder que existe en el seno de la sociedad o entre las personas.
Es usted un autor de
la generación del crack que escribe
sobre el crack. ¿Satisfecho de este crack al cuadrado?
Hay una coincidencia porque cuando nosotros inventamos el nombre crack en 1994, no sabíamos que el crack era una droga y una de las
resonancias que teníamos del crack
era la del crack de la bolsa, de modo
que quizá el mayor acto de coherencia con el movimiento del crack sea escribir sobre el crack.