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martes, 12 de febrero de 2013

¿A qué suena 'El sentido de un final'?


Tras varias lecturas que han sido en lo que a la música se refiere un auténtico secarral, encuentro por fin otro libro que es, entre otras cosas, una auténtica caja de música: El sentido de un final, de Julian Barnes. Una obra que lo tiene todo: las salvas de los disparos de cañón y el repique de campanas de la Obertura 1812 de Chaikovski, la fuerza de los Stones, la psicodelia folk y edulcorada de Donovan... y mucho más. Sobre todo, música de aquellos grupos que formaron parte de lo que se denominó la invasión británica o, también, la ola inglesa. Un movimiento generado por el éxito de los Beatles en Estados Unidos a mediados de los 60, que popularizó en ese país a muchos otros grupos procedentes del Reino Unido.

Recordemos brevemente la trama de la novela de Barnes. En la primera parte, el protagonista, Tony Ebster, rememora sus tiempos de colegio en Londres y su amistad adolescente con tres chicos, que se mantiene durante la universidad, en los años sesenta, y con las primeras novias, hasta que aparece Veronica. En uno de los primeros encuentros entre Tony y Veronica, la chica inspecciona, con el ceño fruncido y espíritu crítico, la colección de discos de Tony: “No me salvó haber escondido la Obertura 1812 y la banda sonora de Un hombre y una mujer. Ya había suficiente material dudoso antes incluso de que ella llegara a mi amplia sección de pop: Elvis, los Beatles, los Stones (a ellos seguro que nadie les pondría reparos), pero también los Hollies, los Animals, los Moody Blues y un disco doble de Donovan titulado (en letra más pequeña) Un regalo de una flor a un jardín”. Oigamos:


The Moody Blues - Nights in White Satin por zepequeno02

Seguimos con esta extraña pareja, con sus tocadiscos automáticos, sus discos de 45 revoluciones y sus discrepancias que son mucho más que musicales. Veronica es una chica “puñeteramente difícil” de pantorrillas redondas y musculosas. Según Tony, “ella tenía un tocadiscos Black Box en lugar de mi Dansette y mejor gusto musical que yo: es decir, ella despreciaba a Dvořák y a Chaikovski, a los que yo adoraba, y poseía algunos elepés de coros y lieder”.