jueves, 15 de diciembre de 2011

Libertad

Jonathan Franzen
Traducción de Isabel Ferrer.
Salamandra.
667 páginas. 25 €.

Libertad ha sido saludada como la primera gran novela americana del siglo XXI y técnicamente cumple algunos de los requisitos asociados a la expresión acuñada en 1868 por el escritor John William Deforest. Tiene calidad. Es monumentalmente ambiciosa y extensa. Casi setecientas páginas en las que Jonathan Franzen (Western Springs, Illinois, 1959) retrata el zeitgeist, el espíritu o clima social y cultural de la primera década de este milenio en Estados Unidos. Un país donde “todo lo real, todo lo auténtico, todo lo honrado, está extinguiéndose” y en el que los atentados del 11-S rompieron “la fantasía de la libertad ilimitada de una sociedad que, desde entonces, muestra “un carácter proclive a la misantropía y la rabia”.
Sin embargo, si se compara Libertad con las grandes novelas americanas del siglo XIX o XX, la novela de Franzen adquiere su proporción exacta.
No es, desde luego, Moby Dick, El gran Gatsby, El ruido y la furia, Llámalo sueño o Las uvas de la ira… Y no lo es porque, a diferencia de estas obras maestras, Libertad es un espejo fidedigno de una época y un país, no una linterna esclarecedora que nos sirva para alumbrar las tinieblas de nuestra esencia. Los personajes de Franzen no son ejemplos supremos de la verdadera condición humana. Sus anécdotas y peripecias son de papel. Por eso resulta difícil identificarse con ellos. Por eso leemos su historia, no la vivimos, como sucede con los arquetipos universales. Y lo peor de todo es que se intuye un talento extremo en Franzen, capaz de haberlo logrado si no se hubiera empeñado en el soberbio ejercicio narrativo de reflejar la sociedad americana en la conciencia familiar de los Berglund, la familia protagonista de esta historia, intentando abarcarlo todo: sexo y política -dos de los temas más delicados que pueden tratarse en la ficción-, pelotazos económicos, superpoblación mundial, problemas medioambientales, las secuelas del terrorismo del 11-S y la guerra, la toxicidad de la familia, etcétera, etcétera, etcétera…
© Laif-Cordon Press
Semioculto tras ese enorme y frondoso bosque está el árbol argumental cuyas frágiles ramas sostienen la novela: la historia de una ama de casa llamada Patty y su marido, el abogado ecologista Walter, un matrimonio infeliz de clase media de Saint Paul, y dos personajes más en discordia: su hijo Joey, arrogante y codicioso estudiante de empresariales que terminará trabajando en turbios negocios para un contratista del sector de la defensa, y el mujeriego Richard Katz, el músico amigo de Walter al que traiciona manteniendo una aventura sexual con Patty.
Franzen rastrea la desorientación moral y vital de estos cuatro personajes trenzando sus historias para cuestionar la obsesión americana por la libertad individual, entendida como “la libertad de joderte la vida como te dé la gana”. De ahí que casi todas las mujeres que aparecen en la novela sean trastornadas, inestables, depresivas y autodestructivas y los hombres, iracundas víctimas de sus excesos (alcohólicos, fumadores compulsivos, aficionados a las drogas…).

Desde el punto de vista formal, Franzen juega sobre seguro. Opta por el realismo y la factura clásica, apta para el público masivo generalmente alérgico a lo posmoderno. Resultado: Literatura casi decimonónica en pleno siglo XXI.

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