martes, 8 de enero de 2013

Pablo Gutiérrez: “Para mí la novela es una forma de resistencia”

foto Paco Moscoso
Pablo Gutiérrez (Huelva, 1978) es uno de los mejores narradores jóvenes de la literatura en español, según la revista Granta. Su primera novela 'Rosas, restos de alas' (2008, reeditada y ampliada como volumen de relatos en 2011) obtuvo el Premio Tormenta en un Vaso al mejor autor novel en castellano. La segunda, 'Nada es crucial' (2010), fue Premio Ojo Crítico de Narrativa. A finales de 2012 publicó 'Democracia', una novela social en la que este profesor de literatura en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), carga, desde el cabreo confeso y con una voluntad de resistencia, contra algunos de los responsables de esta “crisis/estafa que nos ha aniquilado” convirtiéndonos en “súbditos” de un nuevo sistema al que define como “feudalismo amable”.

¿Democracia es una novela cabreada, indignada, agitada, harta, revolucionaria…?
Hay mucho cabreo y mucho hartazgo, sí. Revolucionaria… ojalá. Al menos pretende ser una novela de resistencia.
 
Dijo usted que es una novela de corte social que pretende "cagarse en la madre de alguien muchas veces". ¿Puede ponerle nombres y apellidos a ese alguien?
No recuerdo haber dicho una frase como ésa, en público procuro ser más educado, no me encaja ese tono Pérez-Reverte. Pero sí es una novela social con enemigos definidos, sin duda, y algunos con nombres propios: George Soros, por ejemplo, uno de los ideólogos del sistema financiero, se convierte en personaje de ficción. Y también se habla en la novela de otros seres encantadores como Alan Greenspan que crearon este universo, y otros seres miserables y menores de nuestro cutre país, como Díaz-Ferrán. También pasaba en mi novela anterior, Nada es crucial, y en esa ocasión el enemigo era Kilo Argüello.  
 
¿De dónde sale? ¿De una imagen, de las noticias, de un runrún…?
De la burbuja sociológica y obsesiva que la crisis ha creado en nosotros. Antes de 2008 la economía sólo era una sección más de los periódicos, y se publicaba en páginas de otro color para que no se acercaran los intrusos. Después de 2008 no existe otra cosa que economía, la economía ha devorado la información, la crisis es un eclipse que todo lo oculta.

En sus novelas suele estar presente un discurso explícitamente político. En Democracia escribe usted: “las palabras son criaturas, espinas, detonadores”. Y, ¿la novela? ¿Qué es entonces, o qué debería ser, según usted, la novela?
No me siento capaz de hacer ninguna perífrasis del tipo “la novela debería ser así”. Para mí la novela es una forma de resistencia pero no digo que para los demás escritores deba ser lo mismo. Cada cual escribe de lo que respira.

La crisis destruyó más de 2.000 empleos al día a lo largo de 2012 en España. Hay casi cinco millones de desempleados como Marco, el personaje central de su obra. ¿Qué aspecto de la realidad cree que puede iluminar su pequeño drama, que “no es más que la oclusión de un vaso capilar” frente al gigantesco colapso económico que vivimos?
¿Iluminar en el sentido de aliviar? No creo que haya ningún alivio para esto. Ahora son cinco millones, y las perspectivas dicen que pronto serán seis. No hay alivio, es una tragedia social, la muerte de una generación que será sepultada por el desempleo, la pobreza, la infelicidad.
 
Me gustó mucho la escena de la discusión entre el parado Marco y su madre, en la que él dice: “Los bancos quieren prestar dinero y cada cual se gasta su sueldo como considera. No es un complot de nadie contra nadie, son casas vacías y gente que quiere casas, en eso consiste la democracia”. Terrible, la verdad…
Sí, pero me temo que es cierto. La democracia sólo sirve cuando hay prosperidad, cuando el dinero abunda y se mueve. La democracia se alimenta de ese dinero que se mueve. Cuando el dinero desaparece, nos cuestionamos la libertad, los derechos, la justicia; es decir, la democracia. 
 
Si “le llaman democracia y no lo es”, ¿qué es entonces?
Feudalismo amable. Te asustan, te protegen, te extorsionan, te obligan a pagar tributos. Y tú obedeces. Compras, pagas, y obedeces porque tienes miedo y porque te convencieron de tu villanía y tu culpabilidad.
 
¿Qué le han dicho sus alumnos sobre la novela? ¿Sienten ellos que la democracia ha muerto, que se la han robado?
No se plantean la muerte de la democracia, sino de su futuro. Son la generación de la crisis y están convencidos de que no habrá salida para ellos. Los que estudian y tienen talento, miran al extranjero. Los que no, aguardan, con más o menos desesperación, pero aguardan a que esto pase, como si fuera un monzón.

La televisión atonta, los psicólogos no sirven, la religión no resuelve nada. Y de la política, ni hablamos… Pero ahí está el gigante de su portada gaseando a los pequeños insectos que protestan y se manifiestan. No me extraña que a Marco se le vaya la cabeza y se ponga a escribir versos en las paredes. ¿Solo nos queda la palabra?
Pero no es poco. La palabra es el arma más contundente. Una palabra sirve para ejecutar o para perpetuar, las palabras pueden hacer que una nación entera estalle, o que se quede en casa. Un torrente continuo de palabras que generen el miedo y la desolación necesarios también puede provocar la parálisis social, como ésta en la que vivimos. 

En su blog, El adjetivo mata, se queja de que en los bolos de promoción de la novela terminan siempre preguntándole qué hacemos entonces con la crisis o con la sociedad: “esperan que yo diga una sentencia optimista y reconfortante, un alivio o una tesis. Y entiendes que esa cosa que tenías en la cabeza cuando escribiste Democracia sigue siendo un conjunto cerrado que apenas a ti te sirve, porque si alguien espera que yo diga-piense nada certero ni nada lúcido ni clarificador es que, definitivamente, no entendió la broma. Sólo es retórica hiperabundante. Y chiste. Yo nunca escribo en serio. Y siempre lo hago por inundación”. ¿Nos lo explica?
Difícil. Democracia es una comedia, no es un tratado ni un manifiesto político. Pero es una comedia sobre un asunto muy serio, sobre la crisis/estafa que nos ha aniquilado y sobre la asunción de nuestra condición de súbditos en ese nuevo sistema, ahora que hemos dejado de ser ciudadanos y que hemos cedido la soberanía nacional a poderes superiores e intangibles. Democracia no ofrece soluciones, y eso le resulta incómodo a algunos lectores. La única solución que yo podría ofrecer ante esta derrota es la de salir a la calle a romper cosas o llevarte a alguien por delante. ¿Pero te imaginas que lo hiciera? ¿Te imaginas que yo dijera en serio que creo en la lucha armada, en la verdadera revolución jacobina, en matar borbones, perseguir a ministros y banqueros? 

Casi siempre que se cita su nombre se añade algún tipo de coletilla tipo: “Elegido por la revista británica Granta como uno de los 22 mejores escritores jóvenes en español”. ¿Semejante título termina pesando o le está usted agradecido porque le ha dado las alas para, por ejemplo, volar desde Lengua de Trapo hasta su nueva editorial, Seix Barral?
Qué va a pesar, al contrario. Sirve, claro. Somos tan borregos que nos creemos cualquier cosa que sale en las listas de “mejores de…”, sobre todo si esas listas vienen de fuera (o se venden como si vinieran de fuera). Esas cosas aportan visibilidad, y las novelas son tantas que se vuelven invisibles.

Aunque evidentemente hay mucho más detrás, lo que flota en primera instancia sobre la superficie de sus obras es un estilo peculiar, una prosa lírica y certera. La forma roza a veces la perfección. ¿A qué dedica sus mayores esfuerzos? Landero, por ejemplo, se concentra en los personajes. ¿Cuál es su obsesión? ¿Lograr un impecable ejercicio retórico? ¿Los personajes? ¿La trama?
Todo es el idioma. El resto me importa poco. Por eso me salen tramas raras y finales desconcertantes. Todo es el idioma. Por eso escribo. El mayor esfuerzo, a la corrección.  

¿Qué piensa usted cuando dicen que su escritura recuerda a la de Umbral?
Me gusta Umbral, pero tampoco es de mis favoritos. No diría que es una influencia directa, creo.

Recomiéndenos, por favor, un par de libros que haya leído recientemente.
Memorias de la Tierra, de Miguel Brieva, y Las noches del Buen Retiro, de Pío Baroja.
 

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