martes, 22 de julio de 2014

Elia Barceló: “Si el diablo existiera, encontraría muchísimas personas dispuestas a vender su alma”

copy Pablo. A. Mendívil

Elia Barceló (Alicante, España, 1957) es doctora en Filología Hispánica por la Universidad de Innsbruck. Ha publicado relatos, novelas policíacas, históricas, realistas, de ciencia ficción, para jóvenes, ensayos y está considerada como una de las  tres grandes escritoras en lengua española de género fantástico. En  este campo ha recibido el Premio Ignotus 1991, el Premio UPC de Ciencia Ficción 1993 y el Premio Gabriel 2007, que se concede a las más importantes personalidades del género fantástico en España, siendo la primera mujer en conseguirlo. En '666', la antología de relatos sobre el demonio recientemente publicada por Suburbano Ediciones, nos ofrece un cuento realista en el que retoma un tema que ya ha tratado en otras obras: el pacto con el diablo.
Dígame la verdad: ¿Cree en el demonio?
Yo nunca he creído en él, ni siquiera de pequeña cuando nos obligaban a ir a la iglesia y trataban de asustarnos «por nuestro bien». Luego, poco a poco, empecé a leer textos que trataban del demonio de modo literario, mítico, y empecé a interesarme cada vez más desde un punto de vista, digamos, especulativo, intelectual. Me fascinó el Satán de Milton, me divirtió el de Torrente Ballester, en Don Juan, me gustó el enfoque de Stephen King en La tienda… Yo misma escribí una novela sobre el diablo: El contrincante, en la que hablo de mi visión de él.
Y, ¿cuál es su visión sobre el diablo en El negocio de tu vida?
Me atrae la figura del tentador, la fragilidad humana, lo fácil que parece ser (vista la situación política por la que atravesamos, o más bien que nos atraviesa) comprar a la gente, sobre todo si la contraprestación es algo tan difuso como el alma. Quiero decir que en los antiguos cuentos folclóricos muchas figuras mágicas piden tu primogénito a cambio de sus servicios. Y ese es un precio muy alto y muy duro de pagar. Cuando llega el momento, todos los personajes intentan salirse del trato. Pero el alma, sobre todo hoy en día, es algo que no parece gran cosa a cambio de conseguir lo que uno desea. Por eso mi visión del tentador en esta historia es simplemente una agencia que te ofrece lo que más deseas a cambio de algo que en un primer momento no parece mucho.
Una ganga…
Sí, el negocio de tu vida; como por ejemplo esos fantásticos créditos que daban los bancos hasta hace muy poco para que pudieras permitirte no sólo la casa de tus sueños sino los mejores muebles y un coche nuevo para que todo estuviera a juego. Lo de que quieren quedarse tu alma es algo que no entra en el trato oficialmente. Eso te lo dicen luego, cuando casi ya no tienes salida. Primero te ofrecen 666 euros por tu alma, pero es casi una broma. Cuando te confías, te dan lo que más deseas a cambio de un precio llevadero; cuando te has acostumbrado y ya no puedes salir, entonces es cuando te compran para la eternidad. Y todo a cambio de las mismas tentaciones de siempre: dinero, poder, belleza, juventud, larga vida… Los humanos somos muy previsibles.
¿Por qué eligió ese enfoque?
Porque quería hacer un cuento realista (una vez aceptada la premisa de que esos seres existen, lo demás es perfectamente realista), no mágico ni sobrenatural. Caso de existir, me figuro que el diablo se presentaría en cada época del modo más efectivo. Y en la nuestra lo más efectivo es un tándem hombre-mujer, altamente profesionales, que no ofrecen un milagro sino un negocio. También me parecía importante resaltar la anonimidad de los grandes resortes que mueven hoy en día nuestra sociedad. Todo son enormes consorcios anónimos con los que el individuo no puede enfrentarse. Te ofrecen servicios altamente personalizados, customizados, como los llaman ahora, totalmente a tu medida, pero cuando quieres protestar, cuando no estás de acuerdo o sientes que te han estafado, no tienes con quién hablar, no hay responsables, no hay rostros ni nombres, sólo marcas y logos y etiquetas, o un simple número de teléfono. Por eso también me imagino así el servicio de reclutamiento infernal del siglo XXI.
Juraría que El negocio de tu vida tiene puntos en común con otro de sus relatos, La tienda de Madame Chiang, en la que Charlie y Nora, un matrimonio en crisis, compran tiempo y recuerdos románticos a cambio de vender una parte de su alma a la mefistofélica Madame Chiang…
Pues sí, tiene puntos en común porque es un tema que me interesa mucho y que he usado en ese relato y ahora en éste. Pero en La tienda de Madame Chiang hay más felicidad en el pacto. Nora va a morir de todos modos y, con el trato, sus últimos meses son más dulces. Charlie también consigue lo que desea aunque, como tantas veces, el éxito le sabe amargo. Sin embargo Madame Chiang no comercia con sus almas. Es todo muy pragmático: tiempo, dinero, recuerdos. La trascendencia no entra en la cuestión.
En el caso de El negocio de tu vida el punto de vista oscila entre Marlene, una mujer en los cuarenta presumida y caprichosa, y Franz, un fracasado económico. ¿Por qué optó por ese desdoblamiento?
Trataba de crear una especie de ejemplo en el sentido medieval y cristiano del término y para ello me parecía importante que hubiera dos tentadores y dos víctimas, aunque lógicamente los papeles femenino y masculino podrían intercambiarse sin que pasara nada. Me pregunté, mirando a mi alrededor, qué es lo que más parece importar hoy en día; a cambio de qué estaríamos los humanos dispuestos a dejarnos tentar. La riqueza siempre ha sido uno de los mayores deseos del individuo, pero nunca hasta nuestros días ha sido tan importante la belleza física, la juventud. Pensé que sería interesante tener dos ejemplos de los dos deseos.
Además me parecía muy revelador de nuestra época usar esos deseos tan superficiales, tan tontos en la base, pero que tan importantes parecen ser hoy en día. Quiero decir, que si hubiera usado la salud, por ejemplo, el que el personaje quiera que lo curen de un cáncer terminal o que su hija no tenga que pasar por una esclerosis múltiple, o que un tetrapléjico quiera recuperar la movilidad, entonces ya no sería realmente un cuento de miedo, ni una crítica social. Casi cualquier lector entendería que el protagonista estuviera dispuesto al trato.
¿Por qué a Marlene le tienta la belleza y la juventud y a Franz el dinero y no al revés?
Porque es un relato y no tenía espacio para crear lo contrario; en una novela habría podido hacerlo. Me explico: necesita menos páginas construir un estereotipo y concentrarse en qué pasa después, que crear dos personajes alejados del cliché de modo que resulten convincentes para el lector y luego entrar en el problema. Además eso corresponde a los papeles que esta sociedad altamente consumista y cosificadora nos ha adjudicado a hombres y mujeres: ellos deben ser unos triunfadores, tener dinero y éxito en los negocios para poder proteger, mimar, hacer regalos. A ellos el envejecimiento se les permite mucho mejor; incluso se dice (cuando un hombre ha tenido éxito en lo que hace y es rico) que están mejor de maduros que de jóvenes. Con nosotras es al contrario: en cuanto envejecemos ya no nos tienen en cuenta, por muy buenas que seamos en nuestro oficio. Las mujeres debemos ser siempre jóvenes y bellas o al menos parecerlo, a costa de lo que sea. No hay más que echar una mirada a las revistas femeninas, los anuncios publicitarios, la televisión o el cine o fijarse en el hecho de que excelentes actrices dejan de tener ofertas de buenos papeles en cuanto cumplen los cuarenta.
He escrito en Google  «Cómo vender mi alma al diablo» y me han aparecido 645.000 resultados en 0,40 segundos. ¿Estamos locos?
Supongo que sí, al menos un poco. Hay también muchos curiosos, muchos esotéricos y seguro que también muchos desequilibrados. Por otra parte, estoy convencida de que si el diablo existiera y ofreciera tratos como el de mi relato, encontraría muchísimas personas dispuestas a vender su alma. No hay más que ver cómo ya tantos venden por dinero, poder o prestigio su integridad, su honor, su dignidad, sus ideales… eso es ya vender el alma o apenas el paso previo.
En el relato cita usted una frase de Tirso de Molina en Tan largo me lo fiáis: «No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague». Reconozco que me ha remitido directa hacia la situación económica española, por qué será…
Parece que en literatura, aunque uno no lo haga totalmente a propósito (y confieso que en mi caso sí se trata de una crítica directa a la situación que estamos viviendo ahora) siempre aflora el momento histórico en el que el autor escribe. Incluso sin creer en el diablo más que como mecanismo literario o coartada temática, no puedo evitar pensar que lo que estamos viviendo ahora tiene algo de diabólico: nunca nos hemos dejado tentar con tanta facilidad y por cosas tan absurdas como ahora, nunca hemos deseado tanto como ahora el conseguir dinero, fama y belleza sin esfuerzo por nuestra parte, sin tesón, sin trabajo. Es una suerte que el diablo no exista. Si existiera, se habría llevado ya a una gran parte de la población.

Si no le da miedo, formule un deseo y compártalo con nosotros…
Si se trata de un deseo colectivo, quiero decir, no para mí misma sino para todos, yo pediría que los políticos corruptos, los que atentan contra los derechos humanos, los que torturan y matan recibieran exactamente su merecido; que ya que la justicia humana no parece ser capaz de alcanzarlos, que existiera una justicia sobrenatural, o aunque fuera sólo poética, que les hiciera sentir en su propia carne que «No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague». Que todo el dolor que han causado en este mundo se vuelva contra ellos después de la muerte. Quid por quo.

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