Seix Barral. Madrid, 2010.
323 páginas.
Dublinesca es la historia de un viaje. El que emprende Samuel Riba, un editor casi sexagenario, retirado y aburrido, que decide viajar a Dublín para oficiar un funeral simbólico “no sólo por el mundo derruido de la edición literaria, sino también por el mundo de los escritores verdaderos y los lectores talentosos”. Un “réquiem por la gran vieja puta de la literatura”. El entierro de la Galaxia Gutemberg, que Riba oficia en la capital irlandesa homenajeando a uno de los máximos exponentes de esa era moribunda, el Ulises de Joyce. Pero sobre todo Dublinesca es el viaje paralelo y estrictamente mental del protagonista hacia el centro de sí mismo, para encontrar al hombre que fue “antes de crearse –con los libros que publicó y con la vida de catálogo que llevó- una personalidad falsa”.
Vila-Matas (Barcelona, 1948) talla a su personaje, Samuel Riba, a su imagen y semejanza, aunque haya quien ha querido ver en su decadente, alcohólico y obsesivo protagonista reflejos de su ex editor Jorge Herralde (Anagrama). Y es que Riba busca, como Vila-Matas, “lectores activos”, dispuestos a acercarse “a un lenguaje distinto al de nuestras tiranías cotidianas”. Lectores que piensan que la literatura de hoy “se parece a una gran empresa de urinarios” gracias, en parte, a “los editores modernos, tan analfabetos”, empeñados en editar “historias góticas y Santos Griales y Sábanas Santas”. Lectores con gusto por lo experimental. Por obras, como esta, que mezclan en la coctelera creativa la novela, el ensayo y la autobiografía.
Los fantasmas de Vila-Matas se pasean por Dublinesca de la mano del fantasmal personaje que es Riba. Para ello se vale de un ritmo de letanía, que casa bien con el universo neblinoso y enmarañado, como una telaraña mental tejida por la obsesión libresca característica del autor, del editor Riba. Un hombre para el que “todo se acabó, o se está acabando”, cuyo divagar sin tregua y su inacción cumplen, sin duda, el objetivo que dice perseguir Vila-Matas en sus obras: dignificar y embellecer la realidad gris y lenta, en la que no pasa casi nada. Con Dublinesca lo ha conseguido.
Vila-Matas (Barcelona, 1948) talla a su personaje, Samuel Riba, a su imagen y semejanza, aunque haya quien ha querido ver en su decadente, alcohólico y obsesivo protagonista reflejos de su ex editor Jorge Herralde (Anagrama). Y es que Riba busca, como Vila-Matas, “lectores activos”, dispuestos a acercarse “a un lenguaje distinto al de nuestras tiranías cotidianas”. Lectores que piensan que la literatura de hoy “se parece a una gran empresa de urinarios” gracias, en parte, a “los editores modernos, tan analfabetos”, empeñados en editar “historias góticas y Santos Griales y Sábanas Santas”. Lectores con gusto por lo experimental. Por obras, como esta, que mezclan en la coctelera creativa la novela, el ensayo y la autobiografía.
Los fantasmas de Vila-Matas se pasean por Dublinesca de la mano del fantasmal personaje que es Riba. Para ello se vale de un ritmo de letanía, que casa bien con el universo neblinoso y enmarañado, como una telaraña mental tejida por la obsesión libresca característica del autor, del editor Riba. Un hombre para el que “todo se acabó, o se está acabando”, cuyo divagar sin tregua y su inacción cumplen, sin duda, el objetivo que dice perseguir Vila-Matas en sus obras: dignificar y embellecer la realidad gris y lenta, en la que no pasa casi nada. Con Dublinesca lo ha conseguido.
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