Alfaguara. Madrid. 2010
454 páginas. 22 euros
La Academia sueca entregará, el próximo viernes, el Premio Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa por "su cartografía de las estructuras de poder y sus imágenes mordaces de la resistencia, la rebelión y la derrota del individuo". Y eso es, en sustancia, El sueño del celta. Por un lado, la obra mapea la “maldad institucionalizada” por el colonialismo. Por otro, condena con acritud la resistencia nacionalista de Roger Casement (1864-1916). Un aventurero poliédrico, defensor de los derechos humanos, pero también, desde la óptica vargasllosiana, un ingenuo e impráctico rebelde cuyo sueño celta en pos de una Irlanda emancipada del poder británico devino en pesadilla mortal. Además, la divulgación de sus diarios, en los que describe “obscenidades pestilentes” de carácter homosexual, lo excluyó hasta hace poco del panteón de las celebridades de la independencia irlandesa, convirtiéndolo en un héroe derrotado por el olvido.
La acción arranca con Casement recluido en la prisión de Pentonville, tras ser condenado a la horca por propiciar la colaboración alemana en el alzamiento irlandés de Pascua de 1916. Cincuenta científicos, intelectuales y políticos firman una petición de clemencia para que Inglaterra conmute la pena. Casement espera. Y esa espera tensa como un músculo la narración de todos los capítulos impares de la novela -magnífica, en particular, la utilización del carcelero como actante especular del protagonista-. Sin embargo, en los capítulos pares la expresividad flaquea. El narrador informa sobre el recorrido vital del protagonista en una crónica tan detallada que invita a la lectura saltarina. Esa que te lleva a omitir determinados fragmentos y seguir leyendo más abajo.
De esta forma, seguimos los pasos de Casement mientras elabora dos informes memorables sobre las atrocidades cometidas por los caucheros a principios del siglo XX en el Congo belga y el Putumayo peruano. El narrador muestra aquí a la “fiera humana” que trata a los indígenas “como animales sin alma”. Como en El corazón de las tinieblas, de Conrad, nos sumergimos directamente en el infierno. En las catacumbas del ser humano que escudriñan las grandes novelas. Esas que te permiten entrever alguna respuesta, pero sobre todo te dejan un runrún de infinitas preguntas. Una al azar: ¿hubiera firmado Vargas Llosa la petición de clemencia para Casement o se hubiera negado, como Conrad?
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1 comentarios:
Tengo este libro en la estantería pendiente de lectura. Tus anotaciones me servirán. Ya te cuento luego.
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