Esther
García Llovet nació en Málaga en 1963 y vive en Madrid desde 1970, donde
estudió Psicología Clínica y Dirección de Cine. Ha publicado Coda (Lengua de Trapo 2003), Submáquina (Salto de Página 2009), Las crudas (Ediciones del Viento 2009) y
Mamut (Malpaso 2014) y colaborado en
los magazines El Asombrario y Microrrevista. La antología demoniaca 666, recién publicada por Suburbano
Ediciones, incluye un relato suyo, Un buen
día lo tiene cualquiera, en el que García Llovet nos habla del demonio de
la caridad mal entendida.
¿A qué demonios se enfrentan los personajes de la
pequeña colmena del bar El Quinto Gallego?
Se
enfrentan al demonio de la caridad mal entendida, mal entendida por Candy,
claro. Creo que hay algo peligroso o manipulador cuando hacemos un favor que
nadie nos ha pedido, que hay una forma de moral que confunde las necesidades
propias con las ajenas, cierta condescendencia que puede hacer más daño que
otra cosa. Los amigos no hacen eso, está claro. Un amigo sabe siempre cuándo
tiene que quitarse de en medio.
¿Estamos ante un infierno helado de estrecheces
económicas?
Estamos
ante una crisis que está sacando lo mejor y lo peor de cada uno . En las
situaciones así es cuando no nos queda
otra que ver quién somos cuando todo se pone feo.
Su relato es muy castizo, muy madrileño, pero habla
del demonio de la crisis que es global. ¿Por qué se desarrolla en Madrid?
Porque
todos los fines de semana desayuno en El Quinto Gallego, en mi barrio de
Begoña, que es tal cual lo he descrito, lleno de pensionistas y parados jugando
a la tragaperras.
Un buen día
lo tiene cualquiera está
cargado de humor e ironía. ¿Será que hay que mantener el tipo hasta en el
infierno?
El humor
nos salva hasta del paraíso.
Es un cuento muy garcíallovetiano,
en las antípodas de lo obvio… ¿Cómo se construye una voz narrativa tan personal
como la suya?
Eh. Ni
idea.
Tengo la sensación de que actualiza usted viejos
motivos de la tradición literaria española, como la novela picaresca y su moral
de la supervivencia, o el realismo crítico,
¿me equivoco?
No escribo realismo
crítico, al menos no voluntariamente. He querido hacer un homenaje a mi barrio,
a la amistad y algo muy español, que es ese tremendismo del que salimos siempre
de una forma algo disparatada. Creo que debajo de tanta mala baba y tanto
cabreo –independientemente de la crisis- somos buena gente. Dramáticos,
pesimistas, un poco rusos en eso. Pero los mejores amigos de nuestros amigos. No
me cabe duda.
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