Gillian Flynn |
Traducción de Óscar Palmer
Mondadori. 2013
576 páginas. 17,90 €. EPUB: 9,99 €
Perdida es uno de
los mejores duelos matrimoniales que he leído. Un thriller psicológico
perturbador en el que la autora, Gillian Flynn (1971, Kansas City) oficia de “algo
así como la hija bastarda de Jerry Seinfeld y Patricia Highsmith”, como
certeramente apunta en su epílogo Rodrigo Fresán, director de la colección de
literatura criminal Rojo y Negro de
Mondadori. Un duelo biliar entre una pareja de mentirosos y manipuladores que, como reconoce uno de los protagonistas,
conforman “una tira de Möbius enferma y jodidamente tóxica”.
Vayamos al ring. A un lado, tenemos a Nick. 34 años. Redactor en paro reconvertido en propietario de un bar que compró con el dinero de su mujer y profesor de periodismo en la universidad de North Carthage. Según su autodefinición, “un bobalicón postrado ante la autoridad”, con un ansia constante de aprobación, aficionado a diluir sus problemas en alcohol. En la otra esquina está Amy, una “chica alfa” de 38 años, doctorada en psicología y redactora de test de personalidad en semanarios femeninos hasta que también es despedida. Protagonista involuntaria en su infancia de una exitosa saga de libros escritos por sus padres, Amy es perfeccionista, brillante, paciente y, por encima de todo, una auténtica arpía justiciera. Ojo con ella.
Llevan dos años viviendo junto al río Mississippi, en un
inconcluso barrio residencial del pequeño pueblo natal de Nick, cuando comienza
el combate. El día en que conmemoran su quinto aniversario de boda, Amy
desaparece de casa sin dejar rastro, lo que sitúa a su marido como principal
sospechoso en un estado, Missouri, que tiene pena de muerte. ¿Qué ha pasado con
la preciosa y perfecta Amy?
Para desentrañarlo el lector deberá participar en el
prolongado juego de ‹‹él dijo/ella dijo›› del que se sirve Flynn para construir
este best-seller, encarrilado a
través de la historia que Nick cuenta en primera persona, y el contrapunto que
aporta Amy en sus diarios. Juntos construyen “un prolongado y aterrador
clímax”, con la textura de una “pegajosa telaraña de mentiras” que constituye
lo que Fresán describe como una radiografía perfecta y singularmente universal
de la vida matrimonial y sus peligrosos suburbios. ¿Exagera? Quizá un poco.
Puede que todos los matrimonios unidos hasta
que la muerte nos separe guarden porquería bajo la alfombra, que pocos
aguanten un primer plano y que amar sea, en efecto, “tener que mentir a cada
rato”, pero la radiografía de Nick y Amy es especialmente purulenta, plagada de
“tumores y metástasis”. Si todos los matrimonios fueran como el suyo, las bodas
deberían estar prohibidas por ley.
Flynn construye bien los personajes de Amy y Nick. También a
los secundarios que arrojan luz sobre la psicología de ambos. Menos verosímiles
resultan, en cambio, los policías Boney y Gilpin, singularmente patosos. Tampoco
convencen los juegos de prestidigitación de los que se sirve la autora para
apuntalar la trama endiablada de esta novela, como una matrioska o juego de muñecas rusas diabólicas, mediante el que
estira al máximo la credulidad del lector desafiando, más de lo que debiera, su
lógica.
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