domingo, 13 de febrero de 2011

'La puerta de la luna': Regreso a la infancia

La puerta de la luna
Ana María Matute
Destino. Barcelona, 2010
850 páginas. 26 euros

Érase una vez una roca
, una especie de plataforma de piedra, sobresaliente en la cresta de una montaña, a la que los niños llamaban ‹‹la puerta de la luna››. Esa roca les servía de escondite, cuando querían estar solos o escapar de algún castigo. Contenía todo un mundo aparte, reservado para ellos, hasta que una niña, llamada Ana María, creció y difundió su secreto. Escribió un artículo titulado precisamente así, La puerta de la luna, para que aquellos adultos que lo leyeran encontraran, atravesándola, el camino de regreso a su infancia. Luego, Ana María siguió escribiendo, porque no sabía vivir sin hacerlo, hasta que a los 85 años, siendo ya premio Cervantes e insigne académica de la Lengua, publicó un libro muy gordo que reunía todos sus cuentos y artículos titulado también así, La puerta de la luna.


Traspasar el umbral de sus tapas es ingresar en un universo único. El universo Matute, habitado por canicas y pistolas de hojalata, por el sonsonete de la tabla de multiplicar y el chirriar de la tiza en la pizarra. En él, la autora catalana, figura esencial de la narrativa española de posguerra, intenta desentrañar los misterios del mundo interior infantil. De la infancia como “edad total”, como “vida cerrada y entera” porque “un niño es otra cosa que un hombre o una mujer que aún no ha crecido”. Si acaso, lo contrario. Los adultos somos lo que nos queda del niño que fuimos. Y quizá por eso Matute se aferra al paraíso. A lo que somos antes de descubrir que “vivir cuesta mucho”. Tanto, que “tal vez es un castigo”.


Como afirma en el prólogo María Paz Ortuño Ortín, en el universo matutiano caben muchos mundos. Así pues, su obra no habla solo de infancia, sino también del cainismo como trasunto de la guerra civil. De la injusticia social de la posguerra. De la incomunicación. Y lo hace siempre con esa prosa sensorial , simbólica y mágica que parte de lo cotidiano para llegar a la esencia de la condición humana.


De entre todos sus relatos, Matute tiene dos favoritos: “Cuaderno para cuentas” y “El niño al que se le murió el amigo”. Atraviese La puerta de la luna y busque el suyo. Pero sobre todo, intente reencontrarse con el niño “que aún vaga dentro de nosotros, buscando inútilmente puertas y ventanas por donde escapar” antes de que descubra que ya no está y, colorín, colorado, este cuento se acabe.

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