A la ciencia ficción
le suele gustar la música
electrónica. De hecho, uno de sus pioneros, el escritor Hugo Gernsback fue empresario de la industria electrónica y creador de dos curiosos instrumentos, el pianorad y
el staccatone.
Sin embargo, la banda sonora de la última
obra de uno de los grandes del género, Kim Stanley Robinson, no tiene nada que
ver con la música planeadora, el rock espacial, el tecno o
la música cósmica. 2312 suena a Beethoven y silbidos de alondra. No os
asustéis. Vamos por partes.

Así que tenemos a
Wahram con su Eroica, a Cisne con sus insistentes “trinos de ostinato” e incluso algún momento cucurrucucú paloma en el que ambos se atreven con “varios dúos conmovedores” sobre la base de “las cuatro sinfonías de Brahms, tan nobles y sentidas; sin olvidar
las últimas tres sinfonías de Chaikovski” y la Séptima y la Novena de Beethoven.
Los silbidos se prolongan durante varias decenas de páginas. Tantas que una empieza a rogar porque aparezcan los terroristas y acaben con este pía que pía interminable que, a mi modo de ver, resume a la perfección la esencia de esta novela con pretensiones de clásico y vocación ecologista.
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