Tenía intención de reseñar El lector de Julio Verne, la última novela de Almudena Grandes, pero reconozco que me dio pereza, mucha pereza, así que para amortizar el tiempo invertido en su lectura, recurrí a un plan B: sondear la posibilidad de hacerle una entrevista a la autora. Consulté la web de Tusquets, pero es impermeable a la prensa. Total, que después de varias gestiones conseguí el correo electrónico de dos personas encargadas -se supone- de atender a los medios, hice mi petición y han pasado dos semanas sin tener ninguna respuesta. El mono lector, y los periódicos andaluces con los que colaboro, deben ser pequeños para Grandes.
Dado que renuncié al plan A y Tusquets ha abortado el plan B, recurro al C que consiste, claro, en averiguar cuál es la banda sonora de este libro. ¿A qué suena El lector de Julio Verne? Pues suena a susurros, gritos de torturados y tiros por la espalda. En 1947, cuando arranca la novela, este país no estaba para demasiadas músicas y tampoco para mucho baile. Si acaso, para algún pasodoble macabro, como el que ejecutan por orden de la Guardia Civil unos vecinos alrededor de los cadáveres de los guerrilleros Cencerro y Crispín mientras un heroico capitán del ejército manda parar a la orquesta que está tocando. Un suceso de ficción, fruto de la imaginación de la autora porque en realidad nadie hizo la tentativa de frenar el ultraje, aunque la parte del pasadoble sí es real. Ocurrió en julio de 1947 en Castillo de Locubín (Jaén), el pueblo de Cencerro.
Así pues, la novela tiene un toque de baile español con reminiscencias militares y taurinas. Es decir, sangrientas. Pero la banda sonora de El lector de Julio Verne no es un pasodoble, sino el soniquete de la “inocente melodía de letra tontorrona que estaba de moda en toda España, pero en la Sierra Sur era más subversiva que La Internacional”. ¿De qué musica hablamos? Siéntate y respira hondo. Se trata de «Mi vaca lechera»:
«Mi vaca lechera» es la canción que los parroquianos de la taberna de Cuelloduro cantan, en la novela, como si esgrimieran un arma, como un himno de amor hacia el legendario Cencerro, en obvia alusión a su sobrenombre, pese a tratarse de una canción prohibida. Una “bobada musical que muchos fuensanteños seguirían silbando, tarareando y canturreando, solos o en compañía, mientras se reían a carcajadas, aunque sólo fuera porque estaban hartos de llorar, y lo daban todo por bien empleado mientras Cencerro estuviera vivo y en el monte, escupiendo desde arriba”.
La canción de 'los Morcillos'
La historia de los creadores de «Mi vaca lechera» merece, por cierto, otra novela. La cosa va de Morcillos, veréis. La letra es obra de Jacobo Morcillo, un tipo que durante la Guerra Civil se infiltró entre los anarquistas y llegó a escribir discursos para Durruti. Cuando lo descubrieron, fue condenado a muerte, pero se libró de la ejecución y se dedicó a escribir cuentos y relatos por entregas. Cuando acabó la guerra, se alistó en la División Azul y fue escolta de Muñoz Grandes. Más tarde, fue comisario del madrileño barrio del Retiro.
Según su hija, Morcillo escribió la letra de la popular balada en el transcurso de un viaje nocturno en tren a Galicia. Parece que vio una vaca por la ventanilla y se puso a escribir del tirón: "Tengo una vaca lechera, no es una vaca cualquiera. Me da leche merengada, ¡ay!, qué vaca más salada…".
Poco después, el intrépido Jacobo Morcillo abordó al maestro Fernando García Morcillo en un ensayo para pedirle que le pusiera música a sus estrofas. El prestigioso músico y director de orquesta accedió y así nació «Mi vaca lechera», tolón, tolón.
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