domingo, 18 de julio de 2010

La pesadilla

Fotos: PP/Inma Mesa (PSOE)
Tengo los oídos tan hechos a la vuvuzela y los ojos tan teñidos de rojo, que no fui capaz de soportarlo. El miércoles pasado me puse la tele decidida a tragarme como una campeona todo el debate sobre el estado de la nación, pero comparados con los chicos de La Roja, los políticos son hipnóticos, así que me dormí y tuve una pesadilla delirante.

Soñé que Zapatero y Rajoy ocupaban el puesto del entrenador Vicente del Bosque y allí estaban, de pie en el banquillo, voceando consignas a los chicos de la selección. Zapatero le gritaba a Xavi que mantuvieran el balón en su poder. Rajoy, en cambio, animaba a Piqué a sacar la pelota en largo para buscar un desmarque sorpresa de Torres. Zapatero apostaba por esperar y dormir el balón en un tiqui-taca infinito. Rajoy, por sacar la artillería pesada y por pasar todos los balones a Villa para zanjar el asunto. Uno decía que para adelante. El otro, que para atrás. Uno, que abrieran el juego a la banda derecha. El otro, a la izquierda. Ante tanta orden y contraorden, los chicos de La Roja se cortocircuitaron. Empezaron a correr descontrolados, como si el espíritu del Jabulani les hubiera poseído, tropezándose entre sí, haciéndose falta los unos a los otros... Y en medio de tamaño desbarajuste, a Navas le dio la vena trotona y -mec-mec- puso, sin darse cuenta, rumbo ultrasónico hacia la meta de Iker, quien agarrado a uno de los palos, con cara de toro enamorado de la luna, cantaba a los cuatro vientos, para quien quisiera escucharle, aquello de “Besos, ternura, que derroche de amor, cuánta locura…”. Correcaminos Navas se la puso a Pedro y Pedro marcó un golazo impecable, si no fuera porque fue en propia meta…

Poco después, el árbitro pitó el final del partido y yo me desperté bañada en sudor, con el mando distancia clavado en las costillas. Parpadeé un par de veces para ubicarme y cuando el soniquete cansino de sus señorías me encharcó el cerebro, mi soberano dedo índice, no importa de qué mano, voló hacia el mando y, rencoroso como es, apretó el botón de apagado. La tele se quedó negra y yo, de nuevo, dormida como una bendita.

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