domingo, 11 de julio de 2010

Columna seca

Estaba paseando a mis perros cuando vi el cartel en la fachada de un edificio oficial. Ponía «columna seca». El concepto me turbó. Conozco, como todos, hermosas columnas dóricas. Imprescindibles, como la vertebral. Más o menos afiladas, como las columnas de prensa. Con connotaciones bélicas, como la quinta columna. Funcionales, como la de una base de datos. Pero, ¿secas?

La loca de la casa, que es como parece que Santa Teresa denominaba a la imaginación, se me encabritó con el juguete semántico recién descubierto. Es algo que me viene de la infancia. Hay niños que con dos envases de yogur vacíos y una guita inventan un teléfono. A mí, me gusta inventar historias, así que me puse animista e imaginé que quizá los edificios, por muy administrativos que sean, son en realidad seres vivos. Tienen puertas y ventanas como bocas, tuberías que semejan venas, antenas que les permiten ver y oír, ordenadores que actúan como terminaciones nerviosas… ¿Por qué no iban a tener su columna?

A los humanos, la espina dorsal nos permite conservar nuestro centro de gravedad, caminar erguidos sin perder el equilibrio, así que se me antoja que un organismo oficial con la columna seca debe ser más bien cuadrúpedo e inestable. Seguro que tiene problemas de médula y le falla la conexión entre la cabeza, que si es oficial será política, y el cuerpo, que siempre somos todos. O sea, los ciudadanos, rebajados, cada vez más, a la consideración de clientes –léase contribuyentes- por la crisis.

El caso es que ayer volví a visitar al achacoso edificio. Tenía mala cara y, más allá del preceptivo ondear de banderas, permanecía inerte. Le di con el puño bajo el cartel que anunciaba la sequedad de su columna, pero no izó la rodilla ni dijo ni mu, así que debe estar malito de verdad.

Ese sabelotodo que es Internet dice que las columnas secas no son más que tuberías para que los bomberos inyecten agua en caso de incendio, de forma que puedan abastecerse para sus trabajos desde las plantas. Tonterías. Será porque todavía no le ha llegado al estómago el dos por ciento de incremento del IVA, o que la transfusión vía recorte salarial aplicada a los funcionarios aún no le ha entrado en vena, pero, diga lo que diga Internet, estoy segura de que este edificio está más seco que la mojama. Cualquier día me encuentro con que no queda más que el solar porque se lo han llevado a urgencias. Y, lo que más me preocupa, es cuánto nos costará reanimarlo…

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