Kim Stanley Robinson
Traducción: Miguel Antón
Minotauro. 2013.
528 págs. 21.95 €. E-pub: 9.99 €
Traducción: Miguel Antón
Minotauro. 2013.
528 págs. 21.95 €. E-pub: 9.99 €
2312, de Kim
Stanley Robinson (Illinois, 1952), es en la superficie una novela de ciencia
ficción con todos los aderezos propios del género. Hay ascensores espaciales,
trajes de vacío, humanos con qubos (inteligencias artificiales) metidos en la
cabeza, tratamientos de longevidad que permiten vivir doscientos años, gafas de
traducción, ciudades móviles… También cuenta con otro ingrediente fundamental:
la especulación sobre cómo será la humanidad en el futuro. En el 2312 de Robinson, la Tierra se ha
convertido en “el planeta de la tristeza”. El cambio climático ha provocado la
subida del nivel del mar, se han disparado las temperaturas y los alimentos
escasean. La Tierra tiene once millones de habitantes de los cuales tres mil no tienen cubiertas
sus necesidades de alimento y vivienda y seis mil más viven al borde del
precipicio. Como consecuencia de todo ello, el capitalismo se ha visto
“relegado a una nota a pie de página” y los humanos se han lanzado a la
colonización del sistema solar,
fundamentando su sistema económico en una cooperación mutua organizada
que se inspira en el modelo
Mondragón.
Hasta aquí, todo bien. Aunque a veces se empecina en
convertir en explicaciones para tontos lo que debería deducirse de la lectura,
Robinson se maneja con soltura en los territorios de la hard ciencia ficción, de forma que, pese a que todos hemos leído cosas
sobre los avances tecnológicos que anuncia, logra transportarnos a ese
escenario científico futuro y hacerlo verosímil. OK también a su particular alerta
sociopolítica sobre la deriva de nuestro pobre planeta. Pero lo que realmente
hay bajo el cascarón de la novela es una historia de amor, bastante pueril con
un trasfondo policial plagado de agujeros negros.
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Kim Stanley Robinson |
En esencia la cosa va así: chica pierde a su abuela,
fallecida de forma inesperada. Chica conoce a chico, que es amigo de su abuela
muerta con la que andaba en tratos políticos para estabilizar el sistema solar
y reducir la capacidad de la Tierra para crear problemas. Chica y chico tratan
de descubrir si la muerte de la abuela obedece, en efecto, a causas naturales y
terminan metidos en una investigación sobre terrorismo interplanetario. Ambos
recorren el sistema solar para encontrar respuestas, las consiguen y se
enamoran. Fin.
El hecho de que la chica, la mercurial Cisne Er Hong, tenga
ciento treinta y cinco años y se haya sometido a modificaciones genitales y
exóticos implantes que le permiten ronronear como un gato la convierte en una
curiosidad, no en un personaje creíble. Tampoco lo es el chico, Fitz
Wahram, un tipo saturnino de ciento once
años, cara de sapo y “príncipe de la mediocridad”. Juntos protagonizan una auténtica anti Love story. Una de las historias de amor
más frías e impersonales que he leído.
Y, ¿qué sucede con la trama policial? No mucho más. El autor
nos sumerge en un gozoso viaje interplanetario en el que cuaja sus mejores
páginas, con descripciones impresionantes sobre Ío (la luna
más interior de Jupiter), Titán (el
mayor de los satélites de Saturno), o la
pavorosa Tierra (con Nueva York bajo el agua, convertida en una nueva Venecia)
para que acompañemos a Cisne y Fitz en sus descubrimientos. Sin embargo, el
andamiaje de la investigación policial tampoco aguanta las 526 páginas de las
que consta la novela.
En definitiva, 2013 no es la Trilogía de Marte, ni literatura sin apellidos. Es una novela de
ciencia ficción con el premio Nébula 2012 y, eso sí, una estupenda banda sonora
que recomiendo usar como música de fondo durante la lectura. Puede que sea lo
mejor de la obra.
1 comentarios:
Me sabe mal que no esté a la altura, pero me parecen muy coherentes tus opiniones.
Creo que seguiré con Clifford D. Simak, Asimov, Heinlein, Fritz Leiber.
Gracias por una opinión tan razonada.
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