Hace unas semanas, visité un Ayuntamiento del norte de la Comunidad de Madrid para hacer una gestión. La señorita de la recepción (primera funcionaria) me indicó que subiera a la cuarta planta, donde un señor (segundo funcionario) me indicó que me habían informado mal, y que para realizar el trámite que necesitaba hacer, debía bajar un piso. Lo hice y fui a parar a una sala con cinco puestos de trabajo… vacíos. Perpleja, porque eran las nueve y media de la mañana, me armé de valor y susurré un tímido “holaaaa” al que no respondió nadie. Segundos después, escuché el sonido de una cisterna al vaciarse y se abrió una puerta por la que apareció otro señor (tercer funcionario) subiéndose la bragueta. Incomodado por la irrupción inesperada en sus dominios de una ciudadana en busca de información, me dijo a cara de perro que para resolver el asunto que me traía al Ayuntamiento debía hablar con el arquitecto municipal. Sin embargo, estaba reunido por lo que me recomendó que hiciera otras gestiones y volviera más tarde. “Sobre las doce o la una…”, propuso.
Desesperanzada, bajé a la calle y me refugié del frío en el bar más próximo al Ayuntamiento, donde el camarero apenas daba abasto para servir desayunos a los hambrientos funcionarios municipales. Transcurrida media hora, entre cafés que iban y porras que venían, probé suerte de nuevo. Volví a la tercera planta, de donde había desaparecido el tercer funcionario, y me encontré con el cuarto que, casualidades del destino, resultó ser el arquitecto municipal en persona. Es decir, el funcionario destinado a resolver mis dudas… si no fuera porque lamentablemente debía incorporarse de inmediato a una nueva reunión. Espoleada por la necesidad, logré sonsacarle la información mínima imprescindible para culminar mi gestión. Supe que debía presentar una solicitud formal y que debía abonar las tasas correspondientes en la segunda planta. Así lo hice, sin que la señorita al cargo (quinta funcionaria) levantara siquiera la vista para mirarme, probablemente por sufrir algún tipo de contractura cervical que le impidiera mover la cabeza ligeramente hacia arriba. En todo caso, aunque no me miró sí me dijo que debía bajar con el resguardo de la tasa abonada al registro (planta baja) y tramitar allí mi solicitud.
Lo hice. Entregué los papeles debidamente cumplimentados a otra señorita (sexta funcionaria), quien me anunció que recibiría la información requerida en casa, en el plazo de “una semana o diez días”. Han pasado treinta y sigo esperando. Ayer llamé al Ayuntamiento y me dijeron que falta la firma del arquitecto. Supongo que estará reunido, así que he decidido entretener la espera leyendo ¡Estamos desbordados!, La paradoja del funcionario. Cómo hacer las 40 horas... en un mes. En Francia ha vendido más de 250.000 ejemplares. Ariel, la editorial, resume así la historia que cuenta:
“Relata en forma de diario y con grandes dosis de sarcasmo y sentido del humor el día a día de una joven que accede a un pequeña administración regional. En una oficina poblada por secretarias inoperantes, jefes tan torpes como ambiciosos y compañeros que se declaran desbordados pese a dedicar el día a mirar el techo, Zoé se marchitará. La llegada a sus manos de una colaboración con China, uno de los proyectos estrella de su departamento, le permitirá subir un peldaño en la escala de despropósitos y absurdos, protagonizados en su mayoría por políticos retorcidos, memos e inútiles.
Desencantada e indignada por su experiencia dentro de la administración pública, Aurélie Boullet, la autora de este libro, decidió recrear su año como funcionaria pública. El libro, publicado con seudónimo, ha tenido un éxito sin precedentes en Francia y ha sido origen del debate que hoy se cierne sobre los privilegios y la inoperancia de los funcionarios, así como del dispendio y nepotismo de los dirigentes políticos. Asimismo, tras descubrirse la identidad de la autora, ésta fue sancionada de empleo y sueldo por revelación de secretos profesionales”.
Si no puedes con ellos, véngate leyendo. En este enlace tienes las primeras páginas.
2 comentarios:
Un día así se inspiró Larra para su "vuelva usted mañana", el problema es cuando escribió "El día de difuntos" y "la nochebuena de 1836" pues eso solo es el comienzo.
A mi un día me pasó lo mismo que cuentas, y le dije a un empleado, pues nadie me atendió en una sala llena de mesas vacías, el 23 de Diciembre, no se me olvida, que si ya habían ido a preparar el cordero.Al hombre de seguridad, boliviano, muy simpático, le dije -Mira, esto es lo que pasa en los paises desarrollados, ¡Que nos desarrollamos demasiado!. Un beso Carmen.
¡Ay bendito Larra que tan presente sigues!
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