lunes, 9 de diciembre de 2013

Eloy Tizón: “Los verdaderos libros no simplifican el mundo, sino que lo complican aún más”


Eloy Tizón, cosecha madrileña de 1964, ha escrito tres novelas y dos libros de relatos. Velocidad de los jardines le situó entre los mejores cuentistas de este país, posición que ahora consolida con su nueva obra, Técnicas de iluminación, en la que reúne diez relatos con muchas luces: la luz de la conciencia, de la locura, del arte, del enamoramiento (y de todo lo contrario), de la muerte… Y la luz que para Tizón es la que engloba a todas las demás: la de la compasión humana.

Algunas críticas y comentarios de colegas escritores dicen que usted es “uno de los grandes”,  incluso “el mejor cuentista español de todos los tiempos”, y que Técnicas de iluminación es “uno de los más importantes en toda la narrativa breve que se ha publicado en España en lo que llevamos de siglo”. ¿Estamos ante la reencarnación ibérica de Chéjov, versión siglo XXI?
No nos volvamos locos todos, por favor. Comprenderá que asentir a eso sería por mi parte de una desfachatez insoportable. No, no puedo compararme con alguien tan enorme, ni siquiera ponerme junto a él en la misma frase. La recepción de mi libro está siendo fabulosa, eso es evidente, y me alegro mucho, claro está (por mí, por mi editorial, por todos los escritores de relato, en general), pero debo mantenerme sereno y no perder la perspectiva.

¿La acogida del público responde a las expectativas marcadas por la crítica?
No, no lo creo. Llevo muchos años en esto y mi experiencia hasta ahora ha sido que la valoración crítica y la recepción lectora marchan por caminos independientes. ¿La prueba? Que todos mis libros anteriores obtuvieron críticas fantásticas (vea las hemerotecas) y ventas discretas. Con este último, de momento, por las razones que sean, parece que hay un mayor grado de consenso entre críticos y lectores, lo cual me produce alegría, por descontado.

El libro arranca con una cita de Simone Weil que dice: “No hay más que un defecto: carecer de la facultad de alimentarse de luz”. ¿De qué luz se alimentan los diez cuentos reunidos en Técnicas de iluminación?
He procurado reunir en el libro muchas clases de luces, como en la vida misma: la luz de la conciencia, de la locura, del arte, del enamoramiento (y de todo lo contrario), de la muerte… Y la luz que para mí es la más importante de todas, sin la cual no sería posible vivir y que engloba a todas las demás: la de la compasión humana. Mi libro, mejor o peor, es un libro compasivo.

El protagonista de La calidad del aire habla de los suicidas que se arrojan al mar y nadan tan lejos que saben, en un instante de iluminación, que ya no tendrán fuerzas para regresar.  Creo  que cada relato alumbra, de forma distinta, las tinieblas subterráneas de sus personajes enfrentados a momentos más o menos decisivos, ¿me equivoco o hay un chispazo iluminador común a todos?
No, no se equivoca. Lo ha visto bien. He colocado a los personajes ante determinadas disyuntivas vitales que les obligan a retratarse tal como son, sin disfraces, con sus luces y sus sombras, en todo su desamparo.

Sus relatos dejan “un rastro de luz removida” al situar a sus personajes como “ectoplasmas al trasluz”. Y lo que se ve son caminantes que no entienden lo que les pasa, pero que intentan seguir teniendo fe en la vida o simulan hacerlo, como la chica de El cielo en casa. Gente empeñada en seguir adelante, como el personaje de Manchas solares, que dice: “Haz lo que tengas que hacer, aunque no confíes en el resultado ni creas en ello, no importa,  sigue adelante como si las cosas tuvieran sentido, aunque no lo tengan”. O Almeyda, el padre de Nautilus, que trata de convencerse de que “con sufrir no se adelanta nada, hay que evitar torturarse, mirar al futuro con fe y esperanza”... ¿Nos lo explica?
No hay mucho que explicar. Esas frases, creo yo, se explican solas. Frente al miedo, la amenaza, la parálisis, el dolor, la vulgaridad hiriente, la desesperanza, también está en nosotros (por suerte) la voluntad de seguir adelante, de no claudicar ni ceder al desaliento, de continuar avanzando, aunque sólo sea un centímetro (un centímetro ya es mucho), pese a todo.

Sus personajes caminan y caminan, a la sombra y al sol, sin rumbo, perdidos. ¿Llevamos “el sendero en la sangre”, como dice el personaje de Fotosíntesis. Si es así, ¿dónde cree que vamos?
Los clásicos inventaron una frase maravillosa en latín, que según tengo entendido también usó como lema ese vagabundo profesional que fue Bruce Chatwin: «Solvitur ambulando» («Se resuelve caminando»). No sabemos adónde vamos, pero sabemos que vamos: eso es lo que cuenta. Ni siquiera tenemos que buscar ningún camino, porque nosotros ya somos el camino.

La infidelidad también es un tronco común a varios relatos.  Entiendo que ha tratado de arrojar luz sobre el matrimonio, “un lugar oscuro e intimidante”. ¿Qué ha visto dentro?
Que una pareja puede ser un lugar gratificante o un campo de tensiones y lucha por el poder. Las parejas felices (si es que las hay) no tienen historia. Las infelices, en cambio, son maravillosamente narrativas. Larga vida a las parejas infelices. Gracias a ellas, la literatura existe y prolifera. Se merecen (nos merecemos todos) un homenaje.

Vamos con lo que me ha gustado de su libro. Por ejemplo, sus poderosas imágenes nada literales que conforman, de forma sintética, el mundo en el que se mueven sus personajes, entre “recuerdos a ropa muerta”, “ríos que cuentan monedas” o “alcantarillas de las que asciende un viento amargo, de sabor metálico”. Tiene toda la pinta de ser como el protagonista de Los horarios cambiados, que “pasaba días en vilo por culpa de un adjetivo”…
Como resulta obvio, reconozco que algo de mí mismo sí he trasplantado a ese personaje obsesivo, que da vueltas en la cama en busca del adjetivo preciso. Cualquier tarea creativa, en el terreno que sea, conlleva al menos alguna cantidad de obsesión, porque uno desea hacerlo bien o no equivocarse demasiado. La cuestión es mantener esa neurosis bajo control, para que no se te vaya de las manos y termines oyendo hablar en griego a los pájaros del jardín, como le sucedió una mañana a la gran Virginia Woolf.

Incluso la elección de los días de la semana en la que le suceden las cosas a sus personajes parece importante para usted. ¿Por qué un lunes para que te echen de una fiesta en la que has dejado rastros de sangre o enterrar a un hijo, el martes para que se pinche una bicicleta en el parque, el viernes para que tu madre te planche los pantalones con raya cuando tienes 15 años o un domingo para que te acorrale un recuerdo de infancia o te anuncien que ha muerto tu hijo?
Curioso. Es la primera vez que me preguntan esto, qué bien; se lo agradezco mucho. Ni siquiera me lo había preguntado a mí mismo. Supongo que será algo intuitivo; los días de la semana tienen una connotación psicológica distinta, incluso diferente coloración mental, que de alguna forma determina lo que se cuenta. No es lo mismo enamorarse un miércoles por la noche en un tablao flamenco que un domingo al mediodía en una gasolinera. Son detalles, en apariencia insignificantes, pero que tienen su trascendencia, igual que las estaciones del año; que algo ocurra en invierno o en verano, con nieve o con sol, modifica la plasticidad del relato y dice mucho del mismo. A la hora de narrar, todo importa.

Eloy Tizón. © Elena Martín
En muchas ocasiones he tenido la sensación de que iluminaba, casi de refilón, como una linterna que se mueve o como en un sueño, determinadas cuestiones esenciales para el ser humano. Y que roza el misterio, sin desvelarlo, con una cadencia poética. ¿No le importa ir a contrapelo en estos tiempos de literatura masticada lista para gustar? ¿Poesía e interrogantes en tiempos de materialismo, mercados y respuestas prefabricadas y a ser posible gratis?
No sólo no me preocupa ir a contracorriente en ese aspecto, sino que lo considero un deber moral. A veces nos confundimos y llamamos literatura a subproductos encuadernados de usar y tirar. Pero la literatura digna de recibir ese nombre siempre se ha movido en círculos de misterio, de soledad, de ambigüedad y complejidad humana. Los verdaderos libros no simplifican el mundo, sino que lo complican aún más. Conviene que no lo olvidemos.

Ilumínenos. ¿Qué respuestas ha encontrado usted al escribirlos?
Lamento decir que no he encontrado ninguna respuesta. Nadie las tiene (sobre todo los que presumen de tener soluciones mágicas: de esos hay que huir a toda prisa). Estamos todos bastante perdidos, y el primer paso es reconocerlo. Lo máximo que he conseguido es perfilar mis perplejidades y compartirlas con otros. No me parece poco.

Vayamos ahora con lo que me genera ciertas dudas. Muchos de los cuentos están precedidos de breves acotaciones. En el primero acompaña a Robert Walser, esencial para aproximarse a la esencia de Fotosíntesis, y que pauta un poco la atmosfera de todo el libro. Merecía ser domingo cita a Guimarães Rosa. Ciudad dormitorio a Djuna Barnes. La calidad del aire está dedicado a Ángel Zapata e Inés Mendoza. Los horarios cambiados, a Andrés Neuman. Nautilus arranca con una cita de Virginia Woolf. ¿Son cuentos para escritores? ¿Su comprensión total está solo al alcance de iniciados o cree que también puede entender su esencia el lector medio?
Espero que no. Esos son pequeños homenajes que me permito, tanto hacia escritores clásicos que considero maestros, como a otros grandes escritores contemporáneos, que además tengo la suerte de que sean amigos. Zapata, Mendoza y Neuman fueron los primeros lectores del libro, antes de que se publicase, y tuve muy en cuenta sus opiniones y consejos a la hora de corregirlo, porque los respeto y admiro mucho. Que sus nombres figuren en el libro es mi señal de agradecimiento; nadie lo merece tanto como ellos. Por otro lado, no considero que sea un libro para iniciados ni sólo para escritores (si lo creyera, le aseguro que no tendría el menor reparo en reconocerlo). No está siendo esa mi impresión cuando viajo por diversas ciudades presentándolo y converso con lectores de todo tipo: compruebo que mi libro llega a muchos más de lo que se piensa.

¿Qué hace un relato como Volver a Oz en el libro como Técnicas de iluminación? ¿Su instinto o su editor no le sugirieron que lo eliminara de este volumen?
No, mi editor, Juan Casamayor, es muy respetuoso y nunca me diría algo así. Y lo que mi instinto me señala es todo lo contrario: que precisamente ese relato tiene que estar en este libro. Es necesario. En él hay un párrafo –uno en concreto, no desvelaré cuál, para no estropearle al lector el placer de descubrirlo por sí mismo– que contiene la esencia del libro. Ahí está todo.

Incluye reflexiones sobre el oficio, como en Los horarios cambiados cuyo protagonista dice que “escribir es estar más despierto de lo normal”. ¿No escribir es, entonces, estar dormido o muerto?
No iría tan lejos. Simplemente, creo que para escribir ficción se necesita (o yo lo necesito, por lo menos) entrar en un estado de ánimo especial, algo alterado, distinto al de todos los días, presidido por una cierta modificación de la conciencia. ¿Cómo alcanzar ese estado de euforia? Ah, eso es lo que de verdad me cuesta. Una vez que lo consigo, el resto no es tan difícil.

¿En qué obsesión anda enredado ahora?
¿Me permite ser sincero? Mi obsesión actual es terminar de responder a todas las entrevistas que estoy recibiendo, que son muchas y se me acumulan. En cuanto termine con esta obsesión, empezaré con otra.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Maravillosa entrevista repleta de trozos para subrayar. Yo ahora estoy con Velocidad de los jardines y reconozco que no había leído nada similar por un español. Bravo.

Unknown dijo...

Una entrevista que permite ver tanta riqueza contenida en un libro y preveer una lectura fascinante, solo produce el incontenible deseo de salir a comprarlo.