Eloy Tizón, cosecha madrileña de 1964,
ha escrito tres novelas y dos libros de relatos. Velocidad de los jardines le situó entre los mejores cuentistas de este
país, posición que ahora consolida con su nueva obra, Técnicas de iluminación, en la que reúne diez relatos con muchas luces:
la luz de la conciencia, de la locura, del arte, del enamoramiento (y de todo
lo contrario), de la muerte… Y la luz que para Tizón es la que engloba a todas
las demás: la de la compasión humana.
Algunas críticas y comentarios de colegas escritores dicen
que usted es “uno de los grandes”,
incluso “el mejor cuentista español de todos los tiempos”, y que Técnicas
de iluminación es “uno de los más importantes en toda la narrativa breve
que se ha publicado en España en lo que llevamos de siglo”. ¿Estamos ante la
reencarnación ibérica de Chéjov, versión siglo XXI?
No nos volvamos locos todos, por favor. Comprenderá que
asentir a eso sería por mi parte de una desfachatez insoportable. No, no puedo
compararme con alguien tan enorme, ni siquiera ponerme junto a él en la misma
frase. La recepción de mi libro está siendo fabulosa, eso es evidente, y me
alegro mucho, claro está (por mí, por mi editorial, por todos los escritores de
relato, en general), pero debo mantenerme sereno y no perder la perspectiva.
¿La acogida del público
responde a las expectativas marcadas por la crítica?
No, no lo creo. Llevo muchos años en esto y mi experiencia
hasta ahora ha sido que la valoración crítica y la recepción lectora marchan
por caminos independientes. ¿La prueba? Que todos mis libros anteriores
obtuvieron críticas fantásticas (vea las hemerotecas) y ventas discretas. Con
este último, de momento, por las razones que sean, parece que hay un mayor
grado de consenso entre críticos y lectores, lo cual me produce alegría, por
descontado.
El libro arranca con una cita de Simone Weil que dice: “No
hay más que un defecto: carecer de la facultad de alimentarse de luz”. ¿De qué
luz se alimentan los diez cuentos reunidos en Técnicas de iluminación?
He procurado reunir en el libro muchas clases de luces, como
en la vida misma: la luz de la conciencia, de la locura, del arte, del
enamoramiento (y de todo lo contrario), de la muerte… Y la luz que para mí es
la más importante de todas, sin la cual no sería posible vivir y que engloba a
todas las demás: la de la compasión humana. Mi libro, mejor o peor, es un libro
compasivo.
El protagonista de La
calidad del aire habla de los suicidas que se arrojan al mar y nadan tan
lejos que saben, en un instante de iluminación, que ya no tendrán fuerzas para
regresar. Creo que cada relato alumbra, de forma distinta,
las tinieblas subterráneas de sus personajes enfrentados a momentos más o menos
decisivos, ¿me equivoco o hay un chispazo iluminador común a todos?
No, no se equivoca. Lo ha visto bien. He colocado a los
personajes ante determinadas disyuntivas vitales que les obligan a retratarse
tal como son, sin disfraces, con sus luces y sus sombras, en todo su desamparo.
Sus relatos dejan “un rastro de luz removida” al situar a
sus personajes como “ectoplasmas al trasluz”. Y lo que se ve son caminantes que
no entienden lo que les pasa, pero que intentan seguir teniendo fe en la vida o
simulan hacerlo, como la chica de El cielo en casa. Gente empeñada en
seguir adelante, como el personaje de Manchas solares, que dice: “Haz lo
que tengas que hacer, aunque no confíes en el resultado ni creas en ello, no
importa, sigue adelante como si las
cosas tuvieran sentido, aunque no lo tengan”. O Almeyda, el padre de Nautilus,
que trata de convencerse de que “con sufrir no se adelanta nada, hay que evitar
torturarse, mirar al futuro con fe y esperanza”... ¿Nos lo explica?
No hay mucho que explicar. Esas frases, creo yo, se explican
solas. Frente al miedo, la amenaza, la parálisis, el dolor, la vulgaridad
hiriente, la desesperanza, también está en nosotros (por suerte) la voluntad de
seguir adelante, de no claudicar ni ceder al desaliento, de continuar
avanzando, aunque sólo sea un centímetro (un centímetro ya es mucho), pese a
todo.
Sus personajes caminan y caminan, a la sombra y al sol, sin
rumbo, perdidos. ¿Llevamos “el sendero en la sangre”, como dice el personaje de
Fotosíntesis. Si es así, ¿dónde cree que vamos?
Los clásicos inventaron una frase maravillosa en latín, que
según tengo entendido también usó como lema ese vagabundo profesional que fue
Bruce Chatwin: «Solvitur ambulando» («Se resuelve caminando»). No sabemos
adónde vamos, pero sabemos que vamos: eso es lo que cuenta. Ni siquiera tenemos
que buscar ningún camino, porque nosotros ya somos el camino.
La infidelidad también es
un tronco común a varios relatos.
Entiendo que ha tratado de arrojar luz sobre el matrimonio, “un lugar
oscuro e intimidante”. ¿Qué ha visto dentro?
Que una pareja puede ser un lugar gratificante o un campo de
tensiones y lucha por el poder. Las parejas felices (si es que las hay) no
tienen historia. Las infelices, en cambio, son maravillosamente narrativas.
Larga vida a las parejas infelices. Gracias a ellas, la literatura existe y prolifera.
Se merecen (nos merecemos todos) un homenaje.
Vamos con lo que me ha gustado de su libro. Por ejemplo, sus
poderosas imágenes nada literales que conforman, de forma sintética, el mundo
en el que se mueven sus personajes, entre “recuerdos a ropa muerta”, “ríos que
cuentan monedas” o “alcantarillas de las que asciende un viento amargo, de
sabor metálico”. Tiene toda la pinta de ser como el protagonista de Los
horarios cambiados, que “pasaba días en vilo por culpa de un adjetivo”…
Como resulta obvio, reconozco que algo de mí mismo sí he
trasplantado a ese personaje obsesivo, que da vueltas en la cama en busca del
adjetivo preciso. Cualquier tarea creativa, en el terreno que sea, conlleva al
menos alguna cantidad de obsesión, porque uno desea hacerlo bien o no
equivocarse demasiado. La cuestión es mantener esa neurosis bajo control, para
que no se te vaya de las manos y termines oyendo hablar en griego a los pájaros
del jardín, como le sucedió una mañana a la gran Virginia Woolf.
Incluso la elección de los
días de la semana en la que le suceden las cosas a sus personajes parece
importante para usted. ¿Por qué un lunes para que te echen de una fiesta en la
que has dejado rastros de sangre o enterrar a un hijo, el martes para que se
pinche una bicicleta en el parque, el viernes para que tu madre te planche los
pantalones con raya cuando tienes 15 años o un domingo para que te acorrale un
recuerdo de infancia o te anuncien que ha muerto tu hijo?
Curioso. Es la primera vez que me preguntan esto, qué bien;
se lo agradezco mucho. Ni siquiera me lo había preguntado a mí mismo. Supongo
que será algo intuitivo; los días de la semana tienen una connotación
psicológica distinta, incluso diferente coloración mental, que de alguna forma
determina lo que se cuenta. No es lo mismo enamorarse un miércoles por la noche
en un tablao flamenco que un domingo al mediodía en una gasolinera. Son
detalles, en apariencia insignificantes, pero que tienen su trascendencia,
igual que las estaciones del año; que algo ocurra en invierno o en verano, con
nieve o con sol, modifica la plasticidad del relato y dice mucho del mismo. A
la hora de narrar, todo importa.
Eloy Tizón. © Elena Martín |
En muchas ocasiones he
tenido la sensación de que iluminaba, casi de refilón, como una linterna que se
mueve o como en un sueño, determinadas cuestiones esenciales para el ser
humano. Y que roza el misterio, sin desvelarlo, con una cadencia poética. ¿No
le importa ir a contrapelo en estos tiempos de literatura masticada lista para
gustar? ¿Poesía e interrogantes en tiempos de materialismo, mercados y
respuestas prefabricadas y a ser posible gratis?
No sólo no me preocupa ir a contracorriente en ese aspecto,
sino que lo considero un deber moral. A veces nos confundimos y llamamos
literatura a subproductos encuadernados de usar y tirar. Pero la literatura
digna de recibir ese nombre siempre se ha movido en círculos de misterio, de
soledad, de ambigüedad y complejidad humana. Los verdaderos libros no
simplifican el mundo, sino que lo complican aún más. Conviene que no lo
olvidemos.
Ilumínenos. ¿Qué respuestas ha encontrado usted al
escribirlos?
Lamento decir que no he encontrado ninguna respuesta. Nadie
las tiene (sobre todo los que presumen de tener soluciones mágicas: de esos hay
que huir a toda prisa). Estamos todos bastante perdidos, y el primer paso es
reconocerlo. Lo máximo que he conseguido es perfilar mis perplejidades y
compartirlas con otros. No me parece poco.
Vayamos ahora con lo que me
genera ciertas dudas. Muchos de los cuentos están precedidos de breves
acotaciones. En el primero acompaña a Robert Walser, esencial para aproximarse
a la esencia de Fotosíntesis, y que pauta un poco la atmosfera de todo
el libro. Merecía ser domingo cita a Guimarães Rosa. Ciudad
dormitorio a Djuna Barnes. La calidad del aire está dedicado a Ángel
Zapata e Inés Mendoza. Los horarios cambiados, a Andrés Neuman.
Nautilus arranca con una cita de Virginia Woolf. ¿Son cuentos para
escritores? ¿Su comprensión total está solo al alcance de iniciados o cree que
también puede entender su esencia el lector medio?
Espero que no. Esos son
pequeños homenajes que me permito, tanto hacia escritores clásicos que
considero maestros, como a otros grandes escritores contemporáneos, que además
tengo la suerte de que sean amigos. Zapata, Mendoza y Neuman fueron los
primeros lectores del libro, antes de que se publicase, y tuve muy en cuenta
sus opiniones y consejos a la hora de corregirlo, porque los respeto y admiro
mucho. Que sus nombres figuren en el libro es mi señal de agradecimiento; nadie
lo merece tanto como ellos. Por otro lado, no considero que sea un libro para
iniciados ni sólo para escritores (si lo creyera, le aseguro que no tendría el
menor reparo en reconocerlo). No está siendo esa mi impresión cuando viajo por
diversas ciudades presentándolo y converso con lectores de todo tipo: compruebo
que mi libro llega a muchos más de lo que se piensa.
¿Qué hace un relato como Volver a Oz en el libro como
Técnicas de iluminación? ¿Su instinto o su editor no le sugirieron que
lo eliminara de este volumen?
No, mi editor, Juan Casamayor, es muy respetuoso y nunca me
diría algo así. Y lo que mi instinto me señala es todo lo contrario: que
precisamente ese relato tiene que estar en este libro. Es necesario. En
él hay un párrafo –uno en concreto, no desvelaré cuál, para no estropearle al
lector el placer de descubrirlo por sí mismo– que contiene la esencia del
libro. Ahí está todo.
Incluye reflexiones sobre el oficio, como en Los horarios
cambiados cuyo protagonista dice que “escribir es estar más despierto de lo
normal”. ¿No escribir es, entonces, estar dormido o muerto?
No iría tan lejos. Simplemente, creo que para escribir
ficción se necesita (o yo lo necesito, por lo menos) entrar en un estado de
ánimo especial, algo alterado, distinto al de todos los días, presidido por una
cierta modificación de la conciencia. ¿Cómo alcanzar ese estado de euforia? Ah,
eso es lo que de verdad me cuesta. Una vez que lo consigo, el resto no es tan
difícil.
¿En qué obsesión anda
enredado ahora?
¿Me permite ser sincero? Mi obsesión actual es terminar de responder a todas las entrevistas que estoy recibiendo, que son muchas y se me acumulan. En cuanto termine con esta obsesión, empezaré con otra.
¿Me permite ser sincero? Mi obsesión actual es terminar de responder a todas las entrevistas que estoy recibiendo, que son muchas y se me acumulan. En cuanto termine con esta obsesión, empezaré con otra.
2 comentarios:
Maravillosa entrevista repleta de trozos para subrayar. Yo ahora estoy con Velocidad de los jardines y reconozco que no había leído nada similar por un español. Bravo.
Una entrevista que permite ver tanta riqueza contenida en un libro y preveer una lectura fascinante, solo produce el incontenible deseo de salir a comprarlo.
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