jueves, 20 de enero de 2011

El niño que somos

Ana María Matute sostiene que cada adulto es lo que queda del niño que fue. Yo fui una niña de rodillas arañadas, novelera y cuestionadora. Volví loca a mi madre preguntándole el “po té” de las cosas antes de aprender a escribir “mi mamá me mima”. Luego, cuando fui capaz de pronunciar por qué en vez de po té, enloquecí con mis preguntas a las monjas de mi colegio, afines a la doctrina del ordeno y mando por los siglos de los siglos, amén. Aunque lo intentaron, no me doblegué y así me convertí en lo que hoy sigo siendo. Una preguntona impenitente. Así pues, me pregunto qué queda en nuestros políticos del niño que fueron. Siendo como son, imagino que Rajoy fue el típico niño acusica, proclive a señalar las faltas ajenas para ensalzar, así, su aparente virtud. Supongo que Zapatero fue un friki ensimismado con dificultades para discernir entre realidad y ficción, el rarito de la clase. Aznar, uno de esos niños permanentemente cabreados, con los que una prefería llevarse bien por miedo a que la tomara contigo en vez de con otro. Y González, el niño que bajaba a jugar a la calle con una canica en el bolsillo y volvía a casa con la bolsa llena.

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