domingo, 19 de diciembre de 2010

'Lo que sé de los hombrecillos': El monstruo que somos todos

Lo que sé de los hombrecillos
Juan José Millás
Seix Barral. Barcelona. 2010
185 páginas. 17,50 euros

Un profesor de economía jubilado encuentra una mañana en el bolsillo de su bata un puñado de diminutos hombrecillos vestidos con “trajes grises, camisa blanca, corbata oscura y sombrero de ala ancha”. No es la primera vez que los ve, pero en esta ocasión sucede algo extraordinario que trastoca su vida, rutinaria y tediosa. Los hombrecillos toman muestras de su cuerpo para fabricarle un doble de su tamaño, un “siamés moral” que actúa como unheimlich del protagonista, sacando a la luz lo que debería haber permanecido secreto y oculto.

Este es el kafkiano punto de partida de la última novela de Juan José Millás (Valencia, 1946), en la que el autor retoma su obsesión por el desdoblamiento, recurrente en su obra, para abordarlo, esta vez, como una parábola inquietante que apunta directamente a los doppelgänger. Esos “gemelos malvados” de las leyendas germánicas y nórdicas que, en el caso del hombrecillo duplicado de Millás, ejerce como una especie de Aladino dispuesto a materializar las aspiraciones más ocultas del profesor -incontinencia, lujuria, violencia- que conforman su lado oscuro y malévolo. El del monstruo que, a fin de cuentas, somos todos.

Foto: Seix Barral
Tras la aparente ligereza formal con la que se construye la trama de la historia, y la simplicidad funcional del lenguaje empleado por el narrador-personaje, se agita un delirante trasfondo, con conexiones freudianas y psicoanalíticas, que nos habla de los límites de la satisfacción y de la fragilidad de las fronteras que separan lo fantástico de lo real. Porque lo que en verdad sabe el profesor de Millás es que es más real en el fantástico mundo de los hombrecillos que en su vida cotidiana. Que sin su duplicado sería “como una tienda sin trastienda, como una casa sin sótano”. Un profesor emérito más, un esposo vulgar, “una especie de animal domesticado”. Es decir, “un pobre hombre…”. Por ese motivo, el profesor se aferra a esa instancia crítica del propio yo que encarna el hombrecillo, que le instiga a cumplir sus deseos secretos –que no son sino “lo que creemos despreciar”-, colocándole al borde del precipicio.

En conclusión, un ejercicio diálectico de oposición de contrarios (bien y mal, lo visible y lo oculto, lo real y lo fantástico, casa y sociedad de los hombrecillos). Un relato ameno al más puro estilo Millás.

0 comentarios: