martes, 8 de mayo de 2012

El narrador


Mario Vargas Llosa incluye en Cartas a un joven novelista  -“un ensayo sobre la manera como nacen y se escriben las novelas”- interesantes reflexiones en forma epistolar sobre el arte de narrar. A continuación recojo algunas de sus ideas sobre el narrador:

“[…] Me gustaría que habláramos hoy del narrador, el personaje más importante de todas las novelas (sin ninguna excepción) y del que, en cierta forma, dependen todos los demás […] El narrador es siempre un personaje inventado, un ser de ficción, al igual que los otros, aquellos a los que él ‹‹cuenta››, pero más importante que ellos, pues de la manera como actúa –mostrándose explícito o elusivo, gárrulo o sobrio, juguetón o serio- depende que éstos nos persuadan de su verdad o nos disuadan de ella y nos parezcan títeres o caricaturas […]”.

“El primer problema que debe resolver el autor de una novela es el siguiente: ‹‹¿Quién va a contar la historia?›› Las posibilidades parecen innumerables, pero, en términos generales, se reducen en verdad a tres opciones: un narrador-personaje, un narrador omnisciente exterior y ajeno a la historia que cuenta, o un narrador-ambiguo del que no se está claro si narra desde dentro o desde fuera del mundo narrado […]”.

“Para averiguar cuál fue la elección del autor, basta comprobar desde qué persona gramatical está contada la ficción: si desde un él, un yo o un. La persona gramatical desde la que habla el narrador nos informa sobre la situación que él ocupa en relación con el espacio donde ocurre la historia que nos refiere. Si lo hace desde un yo (o desde un nosotros, caso raro pero no imposible, acuérdese de Ciudadela [Citadelle] de Antoine de Saint-Exupéry o de muchos pasajes de Las uvas de la ira [The Grapes of Wrath] de John Steinbeck) está dentro de ese espacio, alternando con los personajes de la historia. Si lo hace en tercera persona, un él, está fuera del espacio narrado, pues lo ve todo, lo más infinitamente grande y lo más infinitamente pequeño del mundo narrado, y lo sabe todo, pero no forma parte de ese mundo, al que nos va mostrando desde afuera, desde la perspectiva de su mirada volante”.

Segunda persona
“¿Y en qué parte del espacio se encuentra el narrador que narra desde la segunda persona gramatical, el , como ocurre, por ejemplo, en El empleo del tiempo (L’emploi du temps) de Michel Butor, Aura de Carlos Fuentes, Juan sin tierra de Juan Goytisolo, Cinco horas con Mario de Miguel Delibes o en numerosos capítulos de Galíndez de Manuel Vázquez Montalban? No hay manera de saberlo de antemano, sólo en razón de esa segunda persona gramatical en la que se ha instalado. Pues el podría ser el narrador-omnisciente, exterior al mundo narrado, que va dando órdenes, imperativos, imponiendo que ocurra lo que nos cuenta, algo que ocurriría en ese caso merced a su voluntad omnímoda y a sus plenos poderes ilimitados de que goza ese imitador de Dios. Pero, también puede ocurrir que ese narrador sea una conciencia que se desdobla del, un narrador-personaje algo esquizofrénico, implicado en la acción pero que disfraza su identidad al lector (y a veces a sí mismo) mediante el artilugio del desdoblamiento. En las novelas narradas por un narrador que habla desde la segunda persona, no hay manera de saberlo con certeza, sólo de deducirlo por evidencias internas de la propia ficción”.

Saltos en el punto de vista
“[…] cuando nos acercamos a lo concreto, […] vemos que dentro de aquel esquema caben múltiples variantes […]. ¿Recuerda usted el comienzo del Quijote? […] Ateniendo a aquella clasificación, no hay la menor duda: el narrador de la novela está instalado en la primera persona, habla desde un yo, y, por lo tanto, es un narrador-personaje cuyo espacio es el mismo de la historia. Sin embargo, pronto descubrimos que, aunque ese narrador se entrometa de vez en cuando como en la primera frase y nos hable desde un yo, no se trata en absoluto de un narrador-personaje, sino de un narrador-omnisciente, el típico narrador émulo de Dios […]”.

Esas mudas o saltos en el punto de vista espacial –de un yo a un él, de un narrador-omnisciente a un narrador-personaje o viceversa- alteran la perspectiva, la distancia de lo narrado, y pueden ser justificado o no serlo. Si no lo son, si con esos cambios de perspectiva espacial sólo asistimos a un alarde gratuito de la omnipotencia del narrador, entonces, la incongruencia que introducen conspira contra la ilusión debilitando los poderes persuasivos de la historia”.

Citas extraídas de:
Cartas a un joven novelista. 144 páginas. 16 euros.
Mario Vargas Llosa
Alfaguara,  2011

Lee las primeras páginas de este ensayo.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Hay algunas presentaciones del narrador que son antológicas. Del primer tipo que cita Vargas Llosa me gusta "Llamádme Ismael" de Moby Dick del segndo, el comenzo de "Cien años de soledad": “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevo a conocer el hielo”.