domingo, 1 de agosto de 2010

Olé por Cataluña

No me gusta que a los toros se vaya con minifalda o con pantalones. No me gusta que se retransmitan corridas por televisión. No me gusta ver cómo les clavan las banderillas, el estoque, las puyas, cómo los descabellan y, lo que menos me gusta de todo es que, para defender esta presunta “fiesta nacional” se apele a argumentos inválidos, como que forma parte de nuestra cultura y es una tradición milenaria.

Los defensores de la ablación del clítoris en África se escudan en argumentos similares y, no por ello, deja de ser algo abominable. Ya sé que no son prácticas comparables. El maltrato y la tortura infligida por un ser humano a otro ser humano es, sin duda, la expresión más siniestra de nuestra identidad como especie, pero resulta curioso que los defensores de una y otra utilicen argumentos similares, ¿o no?

La primera y única vez que he ido a los toros fue hace más de veinte años en Linares. El segundo de la tarde vino a morir a la zona del tendido donde me encontraba. Lo escuché bramar durante minutos que me parecieron horas antes de morir y me juré, como los guiris que acuden por curiosidad a ver una corrida, que nunca volvería a pisar una plaza. Lo he cumplido.

Estoy segura de que la abolición de las corridas de toros en Cataluña, aprobada esta semana por el Parlament, es un enjuague político con innegable tufo identitario. También sé que este país tiene problemas mucho más importantes que la prohibición de las corridas, como la crisis y el paro, y que resulta extraño que, con la que está cayendo, un asunto como la estocada catalana a la “fiesta nacional” abra los informativos de televisión y las portadas de los periódicos. Pero, lo hayan hecho por lo que lo hayan hecho, y reconociendo que las prioridades son otras, olé por Cataluña.

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