lunes, 16 de diciembre de 2013

Agua dura

 © M. 2010.

Nuestra firma invitada de hoy en El mono lector es el escritor y crítico literario Sergi Bellver, quien nos habla de su libro de relatos Agua dura, cuya versión digital ha publicado Suburbano Ediciones. El próximo jueves, día 19 de diciembre, el autor presentará su nueva obra en la Librería Rafael Alberti de Madrid. Será a las 19.30 horas y contará con la participación de otro magnífico escritor de relatos, Óscar Esquivias.


Durante el pasado verano, mientras me encontraba inmerso en la lenta y laboriosa construcción de mi primera novela, me llegó la oportunidad de publicar este libro de relatos. Junto a un par de cuentos todavía inéditos a septiembre de 2013, cuando cerré el original, Agua dura reúne los que he ido publicando desde agosto de 2010 en diversas antologías, revistas y publicaciones a ambas orillas del Atlántico: España, Bolivia, Perú, Ecuador, Argentina y, en breve, también México. En la extensa e inevitable carta de agradecimiento con la que cierro el libro me acuerdo de aquellos editores, antólogos y redactores de medios que apostaron por mi narrativa por vez primera, y, de un modo especial, del escritor peruano Salvador Luis y de Pedro Medina, el entusiasta director de Suburbano Ediciones, los verdaderos responsables de que Agua dura haya cruzado el océano y, desde Miami, pueda llegar ahora a los lectores en cualquier rincón del mapa. Acaba de llegar a las librerías españolas su versión en papel, pero nunca antes la aventura digital y la edición tradicional me habían parecido en tanta sintonía, sumando esfuerzos en beneficio, sobre todo, de la libertad del lector.

Como era de recibo (creo haberle leído a Tobias Wolff algo al respecto de cualquier cuentista que revisa y presenta otra vez su obra, además de que cada nuevo contexto la matiza), he revisado y corregido todos mis textos para esta edición, añadí esos dos inéditos a septiembre de 2013, «Mala hierba» e «Islandia», que cierran el libro, y he descartado otros que no me parecían a la altura media del conjunto. Sin embargo, a la hora de armar este trabajo he tenido siempre presente la concepción de Agua dura como un libro de relatos con discurso propio y cierta unidad tonal y de sentido (si hay algún maldito “hilo conductor” en este libro está implícito en lo sutil, en la mirada que, como autor, ha condicionado mi voz literaria en estos tres años), por lo que me parece más que una simple colección de cuentos rescatados de la hemeroteca. Tanto es así que los siete relatos más largos del libro (los cinco más breves, situados no por casualidad a mitad del conjunto, actúan a modo de bisagra ambiental y de bálsamo temático), al ser solicitados o seleccionados para antologías fueron escritos desde el primer momento como piezas de un engranaje, autónomas, sí, pero incómodas parientes cada una de la otra, y creo que esa sensación general es la que tendrán (y la que están teniendo, según me cuentan ellos mismos en ocasiones) la mayoría de lectores al terminar la lectura.



En estos relatos circula el agua como metáfora casi obsesiva de todo lo sórdido, inquietante y oscuro que alberga también el ser humano cuando se relaciona con sus semejantes y, en particular, cuando lo hace con los en apariencia más cercanos. En cierto modo, Agua dura es también un libro sobre la familia, en especial sobre los hermanos y las segundas oportunidades, a menudo desbaratadas. Pero, en todo caso, un libro en absoluto complaciente. El relato «Islandia», de hecho, hubiera figurado en Mi madre es un pez, la innecesariamente controvertida antología de relatos que sobre ese mismo tema universal de la familia como fuente de conflicto edité en 2011 con Juan Soto Ivars en Libros del Silencio (sin discusión, una de las mejores editoriales que hemos visto nacer y desaparecer en España en estos últimos años), si hubiera cambiado entonces mi traje de antólogo por el de autor. En resumen, Agua dura no es más que el destilado de una de mis varias obsesiones vitales y literarias y, por lo tanto, un conjunto de historias que desborda el vaso de la experiencia al proyectarla y hacerla mutar en la ficción. Un libro que pretende emocionar y zarandear al lector activando resortes que han operado antes en otros. Un libro que estaba llamado a ser también, por todo ello, la cuarta propuesta literaria de ese grito sostenido contra nadie (contra el humo embotellado, si acaso) y a favor del arte con entrañas que algunos impacientes apasionados decidimos llamar Nuevo Drama, un movimiento que poco a poco encuentra sinergias, inquietudes y deseos cada vez más semejantes en lectores, libreros, editores, otros escritores y artistas de distintos lenguajes creativos.

Somos lo que vivimos y lo que leemos, y por eso Agua dura es también una suerte de homenaje al talento y la obra de autores que permanecen a años luz por delante de este aprendiz que soy. No sólo de escritores, también de cineastas (como Ford, Kurosawa, Tarkovski, Herzog, Jarmusch o Wenders) que grabaron en mi memoria otras historias y poéticas que también han ido conformando al escritor que empiezo a ser. William Faulkner tiene la culpa de que yo escribiera el relato «Islandia», y la atmósfera fronteriza de «Propiedad privada» es también torpe deudora de su narrativa, pero sobre todo nace de una versión libérrima y tangencial de The Shining, la película de Stanley Kubrick y la novela de Stephen King, un autor al que luego le tomo prestados algunos acentos en el relato «El nudo de Koen». De El corazón de las tinieblas robé unas cuantas cosas para escribir «Los ojos de Sarah», y regresé una vez más a Joseph Conrad (y a Ridley Scott) para otra versión de El duelo a la que le doy un vuelco en «Mala hierba». Incluso alguno de esos cuentos más breves de la parte central del libro me ha servido para mi vano intento de homenajear a los maestros, como «Deseo de ser Dimitri», que saquea sin vergüenza alguna el ritmo del cuento de Kafka, cambiando la libertad del piel roja por la del anciano griego que defiende sus derechos y la muchacha que encuentra valor en su ejemplo. Como reza el texto de promoción del libro, Agua dura retrata «la caída a plomo de un clan de ahogados hacia las profundidades de una condición humana en la que, sin embargo, subsiste a veces un destello de luz», y, al mismo tiempo, dibuja también mi feliz desastre, el de un escritor que se sabe ya para siempre poco más que un náufrago contador de historias.

Breve nota bio-bibliográfica

Sergi Bellver nació en Barcelona en 1971. Escritor y guionista, empezó a dedicarse a la literatura en 2007 y desde entonces ha trabajado como editor, crítico literario, periodista cultural, profesor de narrativa y librero. Desde 2010 ha participado en una decena de antologías de relatos en España y Latinoamérica, es autor de dos guiones de cortometraje y ha publicado narrativa y poesía en revistas como Quimera o Los noveles, en el diario Tiempo Argentino y en otros medios. Editó los libros colectivos Chéjov comentado (Nevsky Prospects, 2010) y Mi madre es un pez (Libros del Silencio, 2011; con Juan Soto Ivars), y ha escrito el prólogo a una nueva traducción de El jugador, de Dostoievski (Nevsky Prospects, 2013). Ha colaborado con críticas literarias, artículos, entrevistas y columnas en el suplemento Cultura/s de La Vanguardia, en las revistas Qué Leer, Tiempo y BCN Mes, y en varias publicaciones digitales. En 2008 se inició como profesor en Escuela de Escritores de Madrid, ciudad en la que residió durante catorce años, y ha impartido cursos y conferencias en diferentes eventos e instituciones públicas. A día de hoy coordina sus propios talleres de narrativa y trabaja en su primera novela.
Más información en: www.sergibellver.com

Fotografía de cubierta: © Xabier Armendáriz 2013.

Escucha la banda sonora de Agua dura en Spotify o Grooveshark.

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