© M. 2010.
Nuestra firma invitada de hoy en El mono lector es el escritor y crítico literario Sergi Bellver, quien
nos habla de su libro de relatos Agua
dura, cuya versión digital ha publicado Suburbano Ediciones. El próximo jueves, día 19 de diciembre, el autor presentará su nueva obra en la Librería Rafael Alberti de Madrid. Será a las 19.30 horas y contará con la participación de otro magnífico escritor de relatos, Óscar Esquivias.
Durante el pasado verano,
mientras me encontraba inmerso en la lenta y laboriosa construcción de mi
primera novela, me llegó la oportunidad de publicar este libro de relatos.
Junto a un par de cuentos todavía inéditos a septiembre de 2013, cuando cerré
el original, Agua dura reúne los
que he ido publicando desde agosto de 2010 en diversas antologías, revistas y
publicaciones a ambas orillas del Atlántico: España, Bolivia, Perú, Ecuador,
Argentina y, en breve, también México. En la extensa e inevitable carta de
agradecimiento con la que cierro el libro me acuerdo de aquellos editores,
antólogos y redactores de medios que apostaron por mi narrativa por vez
primera, y, de un modo especial, del escritor peruano Salvador Luis y de Pedro
Medina, el entusiasta director de Suburbano Ediciones, los verdaderos
responsables de que Agua dura
haya cruzado el océano y, desde Miami, pueda llegar ahora a los lectores en
cualquier rincón del mapa. Acaba de llegar a las librerías españolas su versión
en papel, pero nunca antes la aventura digital y la edición tradicional me
habían parecido en tanta sintonía, sumando esfuerzos en beneficio, sobre todo,
de la libertad del lector.
Como era de recibo (creo haberle
leído a Tobias Wolff algo al respecto de cualquier cuentista que revisa y
presenta otra vez su obra, además de que cada nuevo contexto la matiza), he
revisado y corregido todos mis textos para esta edición, añadí esos dos
inéditos a septiembre de 2013, «Mala hierba» e «Islandia», que cierran el
libro, y he descartado otros que no me parecían a la altura media del conjunto.
Sin embargo, a la hora de armar este trabajo he tenido siempre presente la
concepción de Agua dura como un
libro de relatos con discurso propio y cierta unidad tonal y de sentido (si hay
algún maldito “hilo conductor” en este libro está implícito en lo sutil, en la
mirada que, como autor, ha condicionado mi voz literaria en estos tres años),
por lo que me parece más que una simple colección de cuentos rescatados de la
hemeroteca. Tanto es así que los siete relatos más largos del libro (los cinco
más breves, situados no por casualidad a mitad del conjunto, actúan a modo de
bisagra ambiental y de bálsamo temático), al ser solicitados o seleccionados
para antologías fueron escritos desde el primer momento como piezas de un
engranaje, autónomas, sí, pero incómodas parientes cada una de la otra, y creo
que esa sensación general es la que tendrán (y la que están teniendo, según me
cuentan ellos mismos en ocasiones) la mayoría de lectores al terminar la lectura.
En estos relatos circula el agua
como metáfora casi obsesiva de todo lo sórdido, inquietante y oscuro que
alberga también el ser humano cuando se relaciona con sus semejantes y, en
particular, cuando lo hace con los en apariencia más cercanos. En cierto modo, Agua dura es también un libro sobre la
familia, en especial sobre los hermanos y las segundas oportunidades, a menudo
desbaratadas. Pero, en todo caso, un libro en absoluto complaciente. El relato
«Islandia», de hecho, hubiera figurado en Mi
madre es un pez, la innecesariamente controvertida antología de
relatos que sobre ese mismo tema universal de la familia como fuente de
conflicto edité en 2011 con Juan Soto Ivars en Libros del Silencio (sin
discusión, una de las mejores editoriales que hemos visto nacer y desaparecer
en España en estos últimos años), si hubiera cambiado entonces mi traje de
antólogo por el de autor. En resumen, Agua
dura no es más que el destilado de una de mis varias obsesiones
vitales y literarias y, por lo tanto, un conjunto de historias que desborda el
vaso de la experiencia al proyectarla y hacerla mutar en la ficción. Un libro
que pretende emocionar y zarandear al lector activando resortes que han operado
antes en otros. Un libro que estaba llamado a ser también, por todo ello, la
cuarta propuesta literaria de ese grito sostenido contra nadie (contra el humo
embotellado, si acaso) y a favor del arte con entrañas que algunos impacientes
apasionados decidimos llamar Nuevo Drama, un movimiento que poco a poco
encuentra sinergias, inquietudes y deseos cada vez más semejantes en lectores,
libreros, editores, otros escritores y artistas de distintos lenguajes
creativos.
Somos lo que vivimos y lo que
leemos, y por eso Agua dura es
también una suerte de homenaje al talento y la obra de autores que permanecen a
años luz por delante de este aprendiz que soy. No sólo de escritores, también
de cineastas (como Ford, Kurosawa, Tarkovski, Herzog, Jarmusch o Wenders) que
grabaron en mi memoria otras historias y poéticas que también han ido
conformando al escritor que empiezo a ser. William Faulkner tiene la culpa de
que yo escribiera el relato «Islandia», y la atmósfera fronteriza de «Propiedad
privada» es también torpe deudora de su narrativa, pero sobre todo nace de una
versión libérrima y tangencial de The
Shining, la película de
Stanley Kubrick y la novela de Stephen King, un autor al que luego le tomo
prestados algunos acentos en el relato «El nudo de Koen». De El corazón de las tinieblas robé unas
cuantas cosas para escribir «Los ojos de Sarah», y regresé una vez más a Joseph
Conrad (y a Ridley Scott) para otra versión de El
duelo a la que le doy un vuelco en «Mala hierba». Incluso alguno de
esos cuentos más breves de la parte central del libro me ha servido para mi
vano intento de homenajear a los maestros, como «Deseo de ser Dimitri», que
saquea sin vergüenza alguna el ritmo del cuento de Kafka, cambiando la libertad
del piel roja por la del anciano griego que defiende sus derechos y la muchacha
que encuentra valor en su ejemplo. Como reza el texto de promoción del libro, Agua dura retrata «la caída a plomo de un
clan de ahogados hacia las profundidades de una condición humana en la que, sin
embargo, subsiste a veces un destello de luz», y, al mismo tiempo, dibuja
también mi feliz desastre, el de un escritor que se sabe ya para siempre poco
más que un náufrago contador de historias.
Breve nota
bio-bibliográfica
Sergi Bellver nació en Barcelona en 1971. Escritor y guionista, empezó a
dedicarse a la literatura en 2007 y desde entonces ha trabajado como editor,
crítico literario, periodista cultural, profesor de narrativa y librero. Desde
2010 ha participado en una decena de antologías de relatos en España y
Latinoamérica, es autor de dos guiones de cortometraje y ha publicado narrativa
y poesía en revistas como Quimera
o Los noveles, en el diario Tiempo Argentino y en otros medios. Editó
los libros colectivos Chéjov comentado
(Nevsky Prospects, 2010) y Mi madre es un
pez (Libros del Silencio, 2011; con Juan Soto Ivars), y ha escrito
el prólogo a una nueva traducción de El
jugador, de Dostoievski (Nevsky Prospects, 2013). Ha colaborado con
críticas literarias, artículos, entrevistas y columnas en el suplemento Cultura/s de La Vanguardia, en las revistas Qué Leer, Tiempo y BCN
Mes, y en varias publicaciones digitales. En 2008 se inició como
profesor en Escuela de Escritores de Madrid, ciudad en la que residió durante
catorce años, y ha impartido cursos y conferencias en diferentes eventos e
instituciones públicas. A día de hoy coordina sus propios talleres de narrativa
y trabaja en su primera novela.
Más información en: www.sergibellver.com
Fotografía de cubierta: © Xabier
Armendáriz 2013.
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