martes, 29 de octubre de 2013

Cosas difíciles de explicar


Tenemos una nueva visitante en el blog: Mercedes Abad (Barcelona, 1961), ganadora en 1986 de la VIII edición del premio de narrativa erótica La sonrisa vertical con su libro de relatos "Ligeros libertinajes sabáticos". Desde entonces ha publicado varios libros de relatos: "Felicidades Conyugales" (Tusquets editores, 1989), "Soplando al viento" (Tusquets editores, 1995), "Amigos y fantasmas"(Tusquets, 2004, premio Mario Vargas Llosa al mejor libro de relatos publicado en 2004) y "Media docena de robos y un par de mentiras" (Alfaguara, 2009). También, dos novelas -"Sangre" (Tusquets, 2000) y "El vecino de abajo" (Alfaguara, 2007)- y un ensayo juguetón y humorístico, "Sólo dime dónde lo hacemos" (Temas de Hoy, 1991). En esta visita a El mono lector nos habla de su nueva obra, Cosas difíciles de explicar, recién publicada por Suburbano ediciones. Esto es lo que nos cuenta sobre ella:

MERCEDES ABAD

Todos los cuentistas estamos de acuerdo en una cosa: la libertad del género breve. El relato nos permite mayores audacias que la novela, de modo que nos lanzamos a la aventura de explorar nuevas formas de contar, nuevos tonos y estructuras. Por eso cuando tengo que reunir varios cuentos en un volumen siempre me pregunto angustiada si habrá un hilo común entre tanta diversidad. Pero lo hay, siempre lo hay. En mi caso ese nexo común es sin duda alguna el humor, esa mirada irónica para mí irrenunciable y una visión tragicómica y absurda de la existencia. Confieso que he escrito algún cuento sin pizca de humor, pero en el fondo de mi alma reniego un poco de ellos porque me parecen poco míos.

Y luego, por supuesto, están las obsesiones temáticas. A mí siempre me ha fascinado la amistad como tema literario. Por eso dos de los cuentos de Cosas difíciles de explicar giran en torno a la amistad. Creo que jamás escribiré una novela de amor, pero llevo bastantes años obsesionada por indagar en los claroscuros y las contradicciones de la amistad. Me refiero a esas amistades apasionadas en las que de algún modo se repite el proceso de idealización del enamoramiento ―pero sin connotaciones sexuales―y se coloca al otro en lo alto de un pedestal hasta que inexorablemente viene la caída. ¿O debería decir la demolición? Pues bien, entre todos los cuentos que he escrito sobre esas amistades no ya peligrosas sino en peligro, Retrato de Emma en el jardín, técnica mixta, es mi favorito, en parte porque es un cuento «descarrilado». Cuando empecé a escribirlo tenía en mente un cuento mucho más realista donde dos amigas se reencuentran tras un período de enfriamiento y lejanía y donde a pesar de la mutua buena voluntad inicial las cosas empiezan nuevamente a torcerse y a envenenarse y el enfrentamiento entre ambas se vuelve inevitable. Sin embargo, al ponerme a escribirlo algo extraño ocurrió en mi cabeza. No me tomen por loca ni por mística pero fue una especie de iluminación. Hay un momento en el cuento en que Emma llega a casa de su amiga, la narradora, y esta, que se había quedado medio adormilada mientras la esperaba, al verla aparecer es presa de un ataque de cobardía y desea ―pensando que su deseo no se cumplirá―  que Emma no llegue nunca. Y yo me pregunté entonces con cierto ánimo gamberro: ¿por qué no? ¿Por qué no hacer que el deseo de mi protagonista se cumpla y Emma, en efecto, no pueda acabar de atravesar el jardín? Cuantas más vueltas le daba, más atractiva y traviesa me parecía la idea. Y así fue como el cuento dejó el territorio de lo estrictamente realista y se convirtió en un cuento fantástico que quizá sea el que más me satisface entre todos los cuentos que he escrito a lo largo de mi vida. Porque parte de una travesura y porque de algún modo siento que gracias a ese «descarrilamiento» el relato expresa mucho mejor que otros míos, y de forma más implícita y misteriosa, mi visión de la amistad.

Añadir leyenda
El otro relato sobre la amistad es La tía Gloria, que quizá se cuente entre los más realistas que he escrito, enmarcado en la Ibiza hippie de los años setenta si bien en ningún momento se alude directamente a la isla ni a la época. Aunque en apariencia relata la historia de una enemistad colectiva, casi un linchamiento moral en realidad, y una venganza, por debajo de esa primera historia hay un relato sobre la amistad, aunque aquí se trate de la relación luminosa, y salvadora, de una niña gorda y poco agraciada que parece haberse resignado por completo al rechazo constante, y un adulto, que se convierte en su primer amigo y también en su mentor.

Otro nexo común del libro son las islas y el mar. Si los dos primeros cuentos del volumen son cuentos urbanos, parte de
Retrato de Emma en el jardín transcurre en una casa junto al mar mientras que tanto La tía Gloria como el último cuento, que da título al libro, tienen por escenario una isla y dos casas paradisíacas al borde de un acantilado, sin duda mi versión del jardín del Edén. Lo más curioso del caso es que así como en otros relatos tiendo a crear espacios abstractos y huyo de descripciones naturalistas, en mis relatos isleños y marítimos coqueteo con descripciones bastante realistas del entorno. Es mi nostalgia de los veranos ibicencos de mi infancia la culpable de ese cambio de registro, la que me empuja a intentar recuperar el tiempo y la inocencia y esas costas aún vírgenes tanto tiempo atrás perdidos.

Para más información, consulta la web de Suburbano Ediciones.

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