Tenemos
una nueva visitante en el blog: Mercedes Abad (Barcelona, 1961), ganadora
en 1986 de la VIII edición del premio de narrativa erótica La sonrisa vertical con su libro de relatos "Ligeros libertinajes sabáticos". Desde
entonces ha publicado varios libros de relatos: "Felicidades Conyugales" (Tusquets
editores, 1989), "Soplando al viento" (Tusquets editores, 1995),
"Amigos y fantasmas"(Tusquets, 2004, premio Mario Vargas Llosa al
mejor libro de relatos publicado en 2004) y "Media docena de robos y un
par de mentiras" (Alfaguara, 2009). También, dos novelas -"Sangre" (Tusquets, 2000) y "El vecino de abajo" (Alfaguara,
2007)- y un ensayo juguetón y humorístico, "Sólo dime dónde lo
hacemos" (Temas de Hoy, 1991). En esta visita a El mono lector nos habla de su nueva obra, Cosas difíciles de explicar, recién publicada por Suburbano ediciones. Esto es lo que nos cuenta sobre ella:
MERCEDES ABAD
Todos los
cuentistas estamos de acuerdo en una cosa: la libertad del género breve. El
relato nos permite mayores audacias que la novela, de modo que nos lanzamos a
la aventura de explorar nuevas formas de contar, nuevos tonos y estructuras.
Por eso cuando tengo que reunir varios cuentos en un volumen siempre me
pregunto angustiada si habrá un hilo común entre tanta diversidad. Pero lo hay,
siempre lo hay. En mi caso ese nexo común es sin duda alguna el humor, esa
mirada irónica para mí irrenunciable y una visión tragicómica y absurda de la
existencia. Confieso que he escrito algún cuento sin pizca de humor, pero en el
fondo de mi alma reniego un poco de ellos porque me parecen poco míos.
Y luego, por supuesto, están las obsesiones
temáticas. A mí siempre me ha fascinado la amistad como tema literario. Por eso
dos de los cuentos de Cosas difíciles de
explicar giran en torno a la amistad. Creo que jamás escribiré una novela
de amor, pero llevo bastantes años obsesionada por indagar en los claroscuros y
las contradicciones de la amistad. Me refiero a esas amistades apasionadas en
las que de algún modo se repite el proceso de idealización del enamoramiento ―pero
sin connotaciones sexuales―y se coloca al otro en lo alto de un pedestal hasta
que inexorablemente viene la caída. ¿O debería decir la demolición? Pues bien,
entre todos los cuentos que he escrito sobre esas amistades no ya peligrosas
sino en peligro, Retrato de Emma en el
jardín, técnica mixta, es mi favorito, en parte porque es un cuento
«descarrilado». Cuando empecé a escribirlo tenía en mente un cuento mucho más
realista donde dos amigas se reencuentran tras un período de enfriamiento y
lejanía y donde a pesar de la mutua buena voluntad inicial las cosas empiezan
nuevamente a torcerse y a envenenarse y el enfrentamiento entre ambas se vuelve
inevitable. Sin embargo, al ponerme a escribirlo algo extraño ocurrió en mi
cabeza. No me tomen por loca ni por mística pero fue una especie de
iluminación. Hay un momento en el cuento en que Emma llega a casa de su amiga,
la narradora, y esta, que se había quedado medio adormilada mientras la
esperaba, al verla aparecer es presa de un ataque de cobardía y desea ―pensando
que su deseo no se cumplirá― que Emma no
llegue nunca. Y yo me pregunté entonces con cierto ánimo gamberro: ¿por qué no?
¿Por qué no hacer que el deseo de mi protagonista se cumpla y Emma, en efecto,
no pueda acabar de atravesar el jardín? Cuantas más vueltas le daba, más
atractiva y traviesa me parecía la idea. Y así fue como el cuento dejó el
territorio de lo estrictamente realista y se convirtió en un cuento fantástico
que quizá sea el que más me satisface entre todos los cuentos que he escrito a
lo largo de mi vida. Porque parte de una travesura y porque de algún modo
siento que gracias a ese «descarrilamiento» el relato expresa mucho mejor que
otros míos, y de forma más implícita y misteriosa, mi visión de la amistad.
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El otro relato sobre la amistad es La tía Gloria, que quizá se cuente entre
los más realistas que he escrito, enmarcado en la Ibiza hippie de los años
setenta si bien en ningún momento se alude directamente a la isla ni a la época. Aunque en apariencia relata la
historia de una enemistad colectiva, casi un linchamiento moral en realidad, y
una venganza, por debajo de esa primera historia hay un relato sobre la
amistad, aunque aquí se trate de la relación luminosa, y salvadora, de una niña
gorda y poco agraciada que parece haberse resignado por completo al rechazo
constante, y un adulto, que se convierte en su primer amigo y también en su
mentor.
Otro nexo común del libro son las islas y el mar. Si los dos primeros cuentos del volumen son cuentos urbanos, parte de Retrato de Emma en el jardín transcurre en una casa junto al mar mientras que tanto La tía Gloria como el último cuento, que da título al libro, tienen por escenario una isla y dos casas paradisíacas al borde de un acantilado, sin duda mi versión del jardín del Edén. Lo más curioso del caso es que así como en otros relatos tiendo a crear espacios abstractos y huyo de descripciones naturalistas, en mis relatos isleños y marítimos coqueteo con descripciones bastante realistas del entorno. Es mi nostalgia de los veranos ibicencos de mi infancia la culpable de ese cambio de registro, la que me empuja a intentar recuperar el tiempo y la inocencia y esas costas aún vírgenes tanto tiempo atrás perdidos.
Para más información, consulta la web de Suburbano Ediciones.
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