jueves, 12 de enero de 2012

Marta Sanz: "Escribo de lo que me duele"

Marta Sanz (Madrid, 1967) no mira, escarba con los ojos para ver lo que pocos ven o, mejor, lo que pocos quieren ver. Si fuera una parte del cuerpo, sería la retina. Una retina a veces empática, otras dura como una canica o incómoda, porque sabe colarse en espacios privados para indagar sentimientos agazapados. Quizá por eso, el primer premio que recibió, en 2001, fue el Ojo Crítico de Narrativa por Los mejores tiempos. En 2006 fue finalista del Nadal, con Susana y los viejos, al que luego siguió Lección de anatomía y Black, black, black, protagonizada por el peculiar detective Arturo Zarco. 2012 le deparará un doblete literario. Un par de novelas en las que Sanz escribe, como siempre, de lo que le duele.

¿En qué anda metida ahora mismo, si puede saberse…?

En ultimar los detalles de mi próxima novela que saldrá el 2 de febrero en Anagrama. Se titula Un buen detective no se casa jamás y es una nueva entrega del detective Arturo Zarco. También estoy muy contenta porque Constantino Bértolo, mi profesor y primer editor, reeditará mi primera novela, El frío, publicada en 1995. Se publica el 19 de enero y reencontrarme con ese libro ha sido toda una experiencia tanto vital como literaria.

¿Qué opina una escritora multipremiada como usted de los premios literarios?
Que son una buena manera de llegar a más lectores. Y que hay que olvidarse de ellos enseguida para ponerse a trabajar inmediatamente. Porque esto es una prueba de fondo. No un sprint. Al menos, en mi caso.

Umberto Eco afirma que cada una de sus novelas crece a partir de una idea fecunda que es poco más que una imagen. ¿De dónde salen sus novelas?
Yo creo que cada una de mis novelas sale de un lugar diferente: de una experiencia autobiográfica traumática, de un estado de indignación general, de un recuerdo, de una imagen que de repente me sugiere algo, de una pregunta o de una tesis –sí, ¡de una tesis!-, de algo que he visto en la televisión o que he escuchado en el patio de mi casa. En resumen, mis novelas salen de lo que veo a mi alrededor todos los días. Escribo de lo que me duele.

¿Por qué nadie ha escrito aún Las uvas de la ira de esta crisis?
Quizá porque muchos leen para olvidar, no para ver más y mejor. Creo que ese estado de pereza mental se proyecta en escritores que se autocensuran porque saben que los libros tristes o con demasiadas pretensiones –políticas, literarias o retóricas- no venden. Hay que ser esperanzador, dar ilusión a la gente, escribir autoayuda. Vivimos en los tiempos de la felicidad a ultranza, precioso libro de Ugo Cornia, por cierto, y Las uvas de la ira amargan mucho.

Alberto Olmos dice que “los escritores no somos ni sacerdotes ni moralistas”. ¿Deben las obras literarias estar limpias de opiniones políticas o, por el contrario, defiende usted la literatura de opinión ideológicamente comprometida?
No creo que la literatura “no deba” mancharse con opiniones políticas, es que es muy difícil que esté limpia de ellas. Cada libro es una manera de estar en el mundo que implica un posicionamiento ideológico, por acción o por omisión, que a menudo es también político. Yo prefiero a los escritores sacerdotes que a los escritores bufones, aunque ahora existe un tipo de sacerdocio literario diferente que consiste en convertir su espectacularidad en un dogma. Por cierto, no creo que ése sea el caso de Olmos que es un autor al que respeto mucho.

Por qué será que, aunque haya recibido el XI Premio Vargas Llosa de relatos, no me la imagino con la última novedad del insigne escribidor en la mesilla de noche…
Porque es usted listísima. Aunque he de confesarle que, aunque con la última no me pillará, sí podrá hacerlo con muchas de sus obras anteriores. Quizá es que Vargas Llosa antes  era un escritor diferente, es decir, una persona diferente.

¿Escribiría usted para no ser leída?
Probablemente sería inevitable que escribiera, aunque siempre lo haría movida por el impulso de comunicarme con alguien.

¿Papel o libro digital?
Me encantaría poder decir que los dos. Pero, ante el acoso del lector analógico, creo que deberíamos ser protegidos como especie en extinción.  Cuando leo Lolita, la única interactividad que deseo es la que establezco con el narrador de la novela y, en diferido, con su autor. Quiero desentrañar la intención de Nabokov y a la vez hacerme consciente de mis prejuicios, modificarlos. Lo que no me interesa es saber cuántas personas están leyendo al mismo tiempo el mismo libro que yo o cuántas lo abandonaron en el mismo punto. Eso me parece marketing y demagogia cultural.

Según una encuesta realizada hace unos años, una quinta parte de los adolescentes británicos cree que Winston Churchill, Gandhi y Dickens son personajes de ficción, en tanto que Sherlock Holmes y Eleanor Rigby son reales. ¿Cuál es su diagnóstico?
Uno malo y uno bueno. El bueno: es evidente que las ficciones no son inofensivas, nos empapan y pasan a formar parte de nosotros, de modo que los libros sirven para algo, para intervenir con menor o mayor modestia en lo real. El malo: la cultura del clic es muy peligrosa y casi todos somos hoy patinadores de superficies más que espeleólogos de profundidades.

¿Qué tipo de ente es un personaje literario?
Casi siempre es una especie de Frankenstein.

Rubalcaba, Rajoy… ¿Quién le daría más juego como personaje de ficción?
Rubalcaba, porque ha probado las mieles y las hieles del poder. Pero no comulgo con ninguno de los dos y su pregunta me parece un poquito “bipartidista”. La aprovecho para reproducir una idea de Belén Gopegui que me parece muy interesante: de los grandes nombres del poder sólo se ocupan los autores de best-sellers y ese es un espacio que podríamos relatar desde otros puntos de vista los que aspiramos a escribir otro tipo de literatura.

Entre los libros que ha leído recientemente, ¿cuál no debería perderme bajo ningún concepto y por qué?
Podría perderse sin demasiados problemas Libertad de Franzen –lo digo por contrarrestar el sobrepeso mediático- y quizá no debería perderse Pulso de Julian Barnes y La mano invisible de Isaac Rosa. Tanto los relatos de Barnes como la novela de Rosa son extremadamente sagaces en su retrato del mundo en que vivimos.

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