domingo, 2 de enero de 2011

'La caída de los gigantes': Precocinados Follett


La caída de los gigantes
Ken Follett
Traducción de Anuvela
Plaza & Janés. Barcelona. 2010
1.021 páginas. 24,90 euros

“Estas Navidades regala el fenómeno editorial del año. 2.000.000 de lectores en todo el mundo ya lo recomiendan”. Así se anuncia estos días la última novela de Ken Follett (Cardiff, 1945). La caída de los gigantes es la primera entrega de una trilogía titulada The Century, que sigue los destinos entrelazados de tres generaciones de cinco familias a lo largo del siglo XX. Se enmarca en la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa y la lucha por el sufragio femenino. Tiene de todo: mineros del carbón galeses, aristócratas ingleses, una malvada princesa rusa, espías alemanes… Sexo, violencia, tensiones sociales… Todos los ingredientes que Follett sabe manejar como nadie para servir al lector consumidor sus mercancías de apariencia literaria que, en atinada descripción, el editor Constatino Bértolo denomina literatura precocinada. Textos de fácil deglución, listos para gustar a los lectores que, coyuntural o estructuralmente, leen para olvidarse de todo, para no pensar. Lectores de playa y toalla amantes de la literatura de la seducción. Esa en la que el autor pretende embobar al lector, engancharlo, y en la que el lector busca precisamente eso: que coqueteen con él y se lo lleven al huerto.  

Fotografía: David Campos
Follett parafrasea el título de una obra de Hemingway cuando, tras el armisticio de la Primera Guerra Mundial, los aliados se reunieron en la conferencia de paz de la capital francesa. Dice: “París, puesto el sol, era una fiesta”. Sin embargo, mete en el microondas las teorías de Hemingway, según el cual un texto literario es como un iceberg. Debe dejar asomar un tercio de su envergadura real. Lo suficiente para que el lector desentrañe con su imaginación los dos tercios restantes. Para que dialogue con el texto, descubriendo por sí solo la parte sumergida. Por desgracia, en el caso de los precocinados Follett todo está en la superficie. Hasta su lenguaje, que rehúye la expresividad propia de la literatura.

Al César del best seller, lo que le corresponde: vende como nadie. Pero, a la literatura, lo que es suyo: en las más de mil páginas que tiene su última novela, hay menos literatura que en una sola página de Chéjov o Henry James, por poner el ejemplo de dos autores de ese siglo XIX en el que Follett parece inspirarse para crear sus historias.    

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