jueves, 22 de marzo de 2012

Diario de invierno

Paul Auster
Traducción de Benito Gómez Ibáñez
Anagrama. Barcelona, 2012
248 páginas. 18,90 €. E-pub: 14,99€.

Norman Mailer pensaba que ciertos acontecimientos dramáticos permanecen como cristales en nuestra psique. Se trata de experiencias demasiado intensas para que un escritor pueda usarlas directamente en su obra, pero constituyen una fuente perfecta de inspiración si el autor logra proyectar su imaginación a través de ellas para obtener una extrapolación literaria de los acontecimientos originales. Diario de invierno es, en ese sentido, una auténtica mina para rastrear los cristales de Paul Auster (Nueva Jersey, 1947), cuyos reflejos alimentan toda su narrativa. Aquí están su desconcierto ante la fragilidad de la vida, la pérdida, la identidad, la enfermedad, su percepción del judaísmo y la política y, cómo no, el azar. Las casualidades que matan, como ese rayo que fulminó a un amigo de Auster cuando tenía catorce años, y que le enseñó que “el mundo era caprichoso e inestable, que nos pueden robar el futuro en cualquier momento, que el firmamento está lleno de rayos que pueden precipitarse y matar tanto a jóvenes como a viejos”.

No es la primera vez que el autor neoyorkino explora episodios autobiográficos en su obra. Ya lo hizo en El cuaderno rojo (1993), La invención de la soledad (1982) o A salto de mata (1997). Pero esta vez lo hace desde la consciencia de que “se acaba el tiempo”. Son, pues, las memorias de un sexagenario que dialoga consigo mismo, mediante un efectivo recurso a la segunda persona, para “indagar lo que ha sido vivir en el interior de este cuerpo desde el primer día que recuerdas estar vivo hasta hoy. Un catálogo de datos sensoriales. Lo que cabría denominar fenomenología de la respiración”.

El resultado es un inventario desigual y corpóreo de los traumas, errores y fragilidades austerianas, desde su infancia en Nueva Jersey hasta su matrimonio con Siri Hustvedt. Un catálogo fragmentario de sus cicatrices, casas, dolores y placeres, que desgrana para describir, en esencia, lo que siente al estar vivo. Un diario sensorial que humaniza al escritor neoyorkino porque presenta el reverso de su cliché amable -el del escritor exitoso, premiado y elegante-, mostrando sin recato la cruz de los errores e imperfecciones de “una persona precaria y dolida, un hombre que lleva una herida en su interior desde el principio mismo (¿por qué, si no, te has pasado toda tu vida adulta vertiendo palabras como sangre en una hoja de papel?)”. Aquí están sus ataques de pánico, su afición juvenil a las prostitutas, su tos de fumador, los secretos de familia –su abuela asesinó a su abuelo-, el accidente de coche en el que casi mata a su familia, su experiencia con la gonorrea y las ladillas…

Acuciado por el vértigo de quien sabe ya en el invierno de su vida, porque acumula  más tiempo por detrás de sus actuales 65 años que por delante, Auster se desnuda para vivir en la mirada de sus lectores y aproximarse, quizá, a esa formulación sobre el fin de la vida de Joubert que cita en la página 228 de su Diario: "Hay que morir inspirando amor (si se puede)".

Vídeo de la presentación de Diario de Invierno en Madrid:

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