jueves, 21 de octubre de 2010

El trastero

Abrí la puerta del trastero. Sentí su respiración tiesa y húmeda, de cuarto muerto. Como siempre, estuve a punto de largarme de allí corriendo. Sin embargo, necesitaba sacar la ropa de invierno, así que me armé de valor y entré. La bombilla pelona del techo parpadeó, indecisa, un par de veces antes de encenderse y sacar de las sombras los trastos viejos.

Busqué mi ropa, pero la mirada se me enganchó en el pavoroso retrato del payaso de teselas que hice en el colegio de monjas y casi me caigo de culo. La solté como pude y se me enredó en el vestido con hombreras espaciales que me ponía en los ochenta cuando uh, ah, las chicas éramos guerreras. Me zafé de nuevo, pero resbaló sobre las carpetas donde guardo los apuntes universitarios de Marta Portal sobre Juan Rulfo.

Quise retroceder, pero el aliento frío del trastero me dejó helada como cuando te asomas a esas zonas esquinadas del cerebro donde conservas, quién sabe para qué, lo viejo y lo inútil. Cuando noté que la bombilla oscilaba y que mis objetos difuntos me miraban con rencor, logré salir zumbando.

Subí a casa. Fui derecha a la cocina. Abrí el cubo de la basura. Dejé caer dentro la llave del trastero y me fui de compras.

1 comentarios:

Jesús Garrido dijo...

Estupendo, leído en la contraportada de Diario jaén