domingo, 22 de agosto de 2010

Políticos desesperados

© FAES
El Partido Popular ha intentado hacer su agosto en Melilla. Primero, mandó a su vicesecretario de Comunicación, Esteban González Pons, para que enredara y echara gasolina al fuego de esta nueva crisis estival con Marruecos. Luego, le tocó el turno a José María Aznar quien, por cierto, nunca visitó la ciudad durante los ocho años en los que fue presidente. Escribo este artículo el jueves 19 de agosto. Hasta el momento, Rajoy no se ha sumado al pasteleo melillense de políticos desesperados. Ventajistas políticos sin sentido de Estado empeñados en matar moscas a cañonazos, sin más bandera que la del oportunismo barato que desesperan por sacar provecho de las circunstancias, sean las que sean. Incluso aquellas con las que cualquiera sabe que no se juega, como la crisis económica o el terrorismo. Pero así son. Como las moscas. Huelen mierda y salen disparados para ponerse las botas y copar titulares.

Mientras, aquellos que sí deberían hablar, han callado hasta el último segundo. Moratinos no dijo nada sobre la crisis melillense hasta el jueves. Incomprensible.

Superada esa primera transición, en la que nuestros políticos alcanzaron cotas encomiables de generosidad y renuncia a los principios propios para favorecer el bien común, vinieron camadas de presuntos líderes caracterizados por el enanismo político y moral y el arribismo descarado. Siendo así, no extraña que los españoles perciban a la clase política como el tercer problema de este país, tras el paro y la situación económica. Es decir, aquellos que deberían servir para solucionar los problemas de la ciudadanía son considerados por la población un problema en sí mismo. Toda una paradoja que debería inducir a nuestros políticos a una reflexión profunda si no fuera porque, como todos sabemos, su oficio está reñido a muerte con la autocrítica.

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