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Mientras, aquellos que sí deberían hablar, han callado hasta el último segundo. Moratinos no dijo nada sobre la crisis melillense hasta el jueves. Incomprensible.
Superada esa primera transición, en la que nuestros políticos alcanzaron cotas encomiables de generosidad y renuncia a los principios propios para favorecer el bien común, vinieron camadas de presuntos líderes caracterizados por el enanismo político y moral y el arribismo descarado. Siendo así, no extraña que los españoles perciban a la clase política como el tercer problema de este país, tras el paro y la situación económica. Es decir, aquellos que deberían servir para solucionar los problemas de la ciudadanía son considerados por la población un problema en sí mismo. Toda una paradoja que debería inducir a nuestros políticos a una reflexión profunda si no fuera porque, como todos sabemos, su oficio está reñido a muerte con la autocrítica.
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