martes, 3 de julio de 2012

El abuelo que saltó por la ventana y se largó

Salamandra.2012.
413 págs. 19 €.

Según su propia confesión, Eduardo Mendoza practica en sus novelas el humor catalán, fenicio y socarrón. El de Jonas Jonasson en su primera y exitosa novela es, pese a ser sueco, más bien inglés y surrealista, a lo John Cleese o Monty Python. Pero aunque el humor va por barrios, El abuelo que saltó por la ventana y se largó tiene algo del disparatado humor mendoziano, de su ritmo y su aire inacabado, como si el autor quisiera dejar a la imaginación del lector la tarea de abrochar determinados episodios o aspectos de sus personajes, de su audacia e ingenio y de su inclinación por la sátira social.
La obra arranca el 2 de mayo de 2005. Allan Karlsson cumple ese día cien años. Cuando queda menos de una hora para que se celebre una fiesta en su honor en la residencia de ancianos de Malmköping, Allan abre la ventana de su habitación, baja por el emparrado y se fuga. Poco después, roba la maleta que un joven le había dejado en custodia en la estación de autobuses... y resulta que está llena de dinero. Cincuenta  millones de coronas procedentes del tráfico de drogas. Allan se la ha robado a un miembro de una peligrosa banda criminal, llamada Never Again, así que además de buscarle la policía por su fuga de la residencia, la organización criminal se lanza en su persecución. El libro relata las peripecias rocambolescas del anciano en su huida y de los personajes disparatados que va conociendo por el camino que, poco a poco, se van integrando en su peculiar séquito, conformado por “un ladrón de tres al cuarto, el dueño de un puesto de salchichas y una bruja”.

La novela está bien construida tanto en la organización de la historia, audaz e ingeniosa, como en la estructura, aunque lo mejor es  la creación de personajes. Sobre todo, el de Alan, “un viejo cabrón”, como le describe la enfermera Alice,  irreflexivo y con una suerte –nunca mejor dicho, por su pasado como experto artificiero- a prueba de bombas. Borrachín ydescreído en lo tocante a política y religión, el héroe creado por Jonasson es un amoral que no cree en nada, salvo en el aguardiente y en que no vale la pena preocuparse, porque todo “será como tenga ser”.

Volviendo a la estructura, la novela alterna dos hilos narrativos convergentes: uno, el dela fuga en sí del viejo Allan y sus secuaces, y dos, el de su pasado como experto en explosivos, que le condujo a diversos países: España, Estados Unidos, China, Irán, Corea… Y, también, a conocer a varios líderes del momento, como Franco, Truman, Churchill, Stalin o Mao, con los que protagoniza unos encuentros disparatados que conforman un peculiar e hilarante retrato del siglo XX.  Y, por debajo de todo ello, asoma la crítica social, porque en esta especie de road movie literaria hay políticos y fiscales idiotas, una justicia injusta, críticas a la política de esterilización forzosa que se llevó a cabo en Suecia durante cuarenta años, al racismo…
Una novela refrescante y cómica, perfecta para leer en la playa y reposar las neuronas. Sin más.

Y tú, ¿qué opinas? ¿Te gusta leer este tipo de novelas en verano? ¿Hay novelas de verano y novelas de invierno? ¿Qué lectura vas a llevarte de vacaciones -si es que las tienes- este año...?

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