martes, 29 de mayo de 2012

El efecto Lucifer. El porqué de la maldad

Philip Zimbardo.
Traducción: Genís Sánchez Barberán.
Paidós. Barcelona, 2012.
624 págs. 28 €.

El sargento Chip Frederik, condenado por maltrato, agresión y humillación sexual a los prisioneros de la cárcel iraquí de Abu Ghraib, es un tipo ‹‹normal››. No presenta, según el análisis de los psiquiatras, psicopatías ni tendencias sádicas. Como Eichmann, responsable de los transportes de deportados a los Campos de Concentración alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, cuya ‹‹normalidad›› certificaron seis psiquiatras. Entonces, ¿qué es lo anormal? ¿Qué hace que una persona del montón, incluso buena, actúe con maldad? ¿Cualquiera puede cometer un acto horrible?

Estos son algunos de los interrogantes que trata de esclarecer este brillante e inquietante ensayo en el que el renombrado psicólogo social Philip Zimbardo regresa al kilómetro cero de su carrera, dedicada siempre al estudio de la psicología del mal, para desentrañar el corazón de las tinieblas. Pone la marcha atrás para llegar hasta agosto de 1971. Universidad de Stanford. Zimbardo lleva a cabo un experimento en el que unos estudiantes normales, sanos e inteligentes, desempeñan al azar los papeles de reclusos o de carceleros en una falsa prisión. El efecto Lucifer relata minuciosamente este célebre experimento, que tuvo que ser abortado a los seis días porque los estudiantes que encarnaban el rol de carceleros desarrollaron una peligrosa maldad creativa, sometiendo a los reclusos a maltratos verbales, hostigamientos, castigos arbitrarios, humillaciones sexuales… Conclusión: “Ellos no habían introducido ninguna patología en aquel lugar; al contrario, había sido el lugar el que había provocado varias formas de patologías en ellos”.


La tesis final de Zimbardo es que ciertos sistemas y situaciones pueden hacer que el doctor Jekyll se transforme en míster Hyde: “Quizá cada uno de nosotros tenga la capacidad de ser santo o pecador, altruista o egoísta, bondadoso o cruel, malhechor o víctima, recluso o carcelero. Quizá sean nuestras circunstancias sociales las que deciden cuál de nuestras muchas plantillas mentales, cuál de nuestros potenciales, vamos a desarrollar”.

En este sentido, el relato del experimento de Stanford es apasionante porque retrata al detalle “un ejemplo capital de la psicología de la maldad”, pero Zimbardo lo desarrolla durante casi trescientas páginas. Demasiadas para no incurrir en repeticiones. Demasiadas para poder desarrollar con holgura el análisis de otros casos de maldad sistémica -genocidio de Ruanda, suicidios y asesinatos en masa de los seguidores del Templo del pueblo, los horrores de los campos de exterminio nazis- por los que Zimbardo pasa casi de puntillas.

Por fortuna, el autor sí desarrolla como merece otro caso estremecedor:  las torturas  infligidas a los prisioneros de la cárcel iraquí de Abu Ghraib, que él conoció de primera mano porque declaró como experto en el consejo de guerra celebrado contra los soldados que participaron en los hechos. Apoyándose en las conclusiones de sus estudios, y el de otros expertos, Zimbardo asume aquí el papel de fiscal para acusar al “sistema enfermizo” -mando militar, CIA y altos cargos del gobierno estadounidense-, “que alimentó las torturas y maltratos de Abu Ghraib” porque, para el autor, lo que ocurrió en esta prisión no fue culpa de un puñado de manzanas podridas, sino en un sistema malsano y perverso, con un responsable final: la administración Bush, uno de los ejemplos más manifiestos, dice, de ‹‹maldad administrativa››.

Para más información: www.luciferefect.com


1 comentarios:

Jean-Luc D´Etcheverry dijo...

El principio basico de la psicologia de la guerra, es hacer creer a los ejércitos de que el enemigo no es propriamente "humano" por eso en la propaganda de guerra, el "otro" el enemigo se identifica con un animal ( véase en la segunda guerra mundial la identificación de los japoneses con un mono) sin derechos. Que debe ser tratado como un animal salvaje y contra el cual todo vale. La des - identificación del otro como ser humano con nombre y apellido, es lo que usamos para legitimar atrocidades que de otra forma consideraríamos perversas, indignas del sujeto que pensamos ser. El proprio acto autolitico empieza por la perdida de identidad. Cuando nos indignamos de nosotros mismos.