jueves, 20 de octubre de 2011

Pájaro sin vuelo

Alfaguara. Madrid, 2011
280 páginas. 18,50 €.

Pájaro sin vuelo tiene muchos de los ingredientes que conforman el ya consolidado mundo ficcional de Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942). Su protagonista, Ismael Cieza es, como otros personajes construidos por este autor, un héroe del fracaso. Un náufrago perdido en el laberinto de la vida, cuyo estreñimiento crónico le proporciona la “coartada moral” necesaria para refugiarse en el váter y esconderse del mundo, adoptando “la postura de la ignominia”, poderosamente inmóvil, que simboliza su voluntad averiada. Un pájaro sin vuelo que se conforma “con arrastrar las alas con la resignación de quien no asume otras responsabilidades”.

Luis Mateo Díez sitúa la novela en la Provincia, que comprende la comarca de Celama y el Páramo. Un espacio imaginario que el escritor leonés ha convertido en territorio mítico, como los son Comala, Región o Yoknapatawpha. Dentro de ella, Doza, ciudad perdida e inanimada, se nos presenta como trasunto existencial del no menos perdido e inanimado Ismael Cieza, un inseguro agente de seguros enfrentado a un día crucial en su vida solo, porque hace seis meses que se ha separado de su mujer, y en el que un suceso extraordinario, consecuencia de una deuda del pasado, pone a prueba su voluntad y su (in)capacidad de resolución.

Con un narrador que se mueve con naturalidad de la tercera a la primera persona, Pájaro sin vuelo no incita a una lectura desvelada y caníbal, según expresión de Vargas Llosa, sino sosegada y reflexiva, como el ritmo que sigue la trama, acompasada al lento tracto intestinal de su protagonista y, por tanto, ajena a los bifidus literarios, fluidos y malabares que favorecen el tránsito lector en los best sellers. El lenguaje abarrocado que caracteriza al autor y su preferencia por las subordinadas encadenadas, con las que llega a trabar frases de diez y doce líneas, algunas veces de gran hondura poética y filosófica, refuerzan el ritmo parsimonioso de esta obra irónica claramente realista que, sin embargo, se abre a lo fantástico a través de los sueños y visiones simbólicas de un Cieza caracterizado por el extraño zoológico que conforma su realidad onírica y estructura, a la vez, las tres partes que conforman la novela. La primera, titulada El escarabajo en la cocina, asimila a Cieza a un coleóptero camuflado, pesaroso y desorientado; la segunda, Los ratones en el armario, lo presenta como un ser “persistente, el que mejor se aviene y menos necesita”; y, la tercera, La lagartija en el salón, como un individuo cuya “inmovilidad muestra su capacidad para el encubrimiento”.

Pájaro sin vuelo es una novela durable que habla de nuestra fragilidad y de la paternidad como “atributo de la flaqueza humana”. Así pues, está llena de padres enfermos e hijos renegados que heredan los males de sus progenitores, como Ismael (nombre de resonancias bíblicas que remite al hijo de Abraham, padre de muchos pueblos) que heredó de su padre, Don Arno (etimológicamente, pequeña águila) el recto holgazán y su gran dilema: “Cagar o no, esa es la cuestión”.

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