sábado, 4 de junio de 2011

Testamento mortal

Donna Leon
Traducción de Vicente Villacampa Armengol
Seix Barral. Barcelona, 2011
318 páginas. 19 euros

Desde 1992, Donna Leon (New Jersey, 1942) publica cada año un nuevo título de la serie protagonizada por el comisario Guido Brunetti. Testamento mortal es la última entrega. No es su mejor novela, pero mantiene los ingredientes que alimentan su éxito: la atinada construcción de los personajes –con buenos imperfectos y malos con su lado bueno- y la creación de tramas policiales con trasfondo social, en las que los criminales son a menudo víctimas de la influencia de la quiebra de la ética pública en la moral privada y de un sistema que el culto comisario Brunetti identifica con el “salvajismo” descrito por Tácito en Los Anales: “El gobierno hundido en la corrupción, el poder concentrado en manos de un solo hombre, el gusto y la moral públicos viciados hasta más allá de lo imaginable”. De ahí que entre la justicia y la ley, Brunetti, compasivo con los malos a la manera del comisario Maigret de Simenon, opte siempre por la justicia en una Italia berlusconizada donde nadie espera que se condene a los malos y donde apenas queda ya “alguna legalidad que no resulte dudosa”.

La acción de Testamento mortal arranca cuando una joven traductora encuentra muerta a su vecina del piso de abajo, una encantadora jubilada sin enemigo aparente. Todo indica que murió de un ataque cardíaco, pero existen algunos indicios de violencia que motivan la investigación policial, bien tramada salvo en lo que concierne a una misteriosa llave, cuyo papel en el desenlace roza lo inverosímil pese la explicación que aporta el narrador no identificado para hacerlo plausible. Un narrador, por cierto, que se mantiene pegado al comisario Brunetti durante casi toda la novela, haciendo que el lector participe de sus deducciones, pero que en tres ocasiones incursiona en el punto de vista de otros personajes. Por ejemplo, en el de la traductora que descubre el cadáver, que abarca todo el primer capítulo, induciendo a pensar que de alguna forma tendrá un papel protagónico en la historia, cuando no es más que anecdótico.

Más allá de estas fisuras, y del recurso excesivo al diálogo para vehicular la historia, el andamiaje funciona. Sobre todo porque en esta novela negra, que vira al rojo a la manera de Henning Mankell, con sus certeros análisis sobre la desprotección de los viejos o de las mujeres víctimas de la violencia de género, importa más el porqué de las cosas que quién ha cometido el crimen.

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